Hace un año, cuando estalló la pandemia del COVID-19, Guayaquil fue noticia mundial.

El estallido me sorprendió fuera de la ciudad.

Guayaquil se extraña siempre y mucho más cuando la ves agonizar, golpeada por una de las oleadas más fuertes que soportara una ciudad, en esta pandemia.

Dolor, impotencia, angustia fueron sensaciones experimentadas, todas de golpe, todas al máximo. Dolor por la muerte de amigos, familiares, conocidos y, sobre todo, de los más vulnerables, como siempre; impotencia de no poder volver para arrimar el hombro en las calles; y angustia de no ver una luz; de pelear contra un enemigo invisible, de no saber cuánto duraría ni qué tanto daño causaría.

Desde el Comité de Emergencia por Coronavirus de Guayaquil tuve la suerte de poder ayudar a la distancia, conjuntamente a otros esfuerzos ciudadanos privados, a levantar a Guayaquil que estaba paralizada, en shock, sin saber cómo reaccionar. La gestión del Municipio de Guayaquil, como siempre, fue el motor de este despertar. A ella se sumó el valioso accionar de unos cuantos funcionarios públicos guayaquileños que salieron a las calles a arrimar el hombro.

Lo cierto es que Guayaquil se levantó sola; a fuerza de voluntad, de estirpe, de pujanza, de saberse abandonada a su suerte, como siempre; para cambiar la historia, para hacer historia, para honrar la lucha de sus ancestros y marcar el camino de sus hijos y nietos.

Un año más tarde, cuando el mundo ya tiene vacunas para el COVID-19, que se distribuyen y aplican por doquier; cuando Chile lidera los índices de eficiencia en vacunación del mundo, cuando UK ya planifica volver a la normalidad pronto, cuando EE. UU. vacuna en farmacias, en el Ecuador todo es un caos.

Salvo unos cuantos vacunados vip, autoridades que vacunan a sus familiares y nos lo dicen en la cara sin el menor rubor y clubes con corona para vacunar, el resto de ecuatorianos vemos cada día más lejana la posibilidad de acceder a una vacuna.

Lo que es peor: les faltan el respeto a los adultos mayores, creando una expectativa con el supuesto registro para vacunación, que en el primer día no funcionó por colapso del sitio web.

Y mientras ello ocurre, mientras el Gobierno central es incapaz de manejar responsable y eficientemente la vacunación contra el COVID-19, el Municipio de Guayaquil les extiende la mano, tal como ocurrió durante la pandemia: propone asumir el costo y gestión de las vacunas para los más vulnerables de la ciudad, respetando los protocolos de las autoridades de salud.

¿Qué mejor que esta propuesta para un gobierno chiro, sin capacidad de gestión, con una popularidad en rojo y a dos meses de salir?

Pero el centralismo, egoísmo, y quién sabe qué otra razón, primaron. La respuesta fue NO. Como el perro del hortelano, de Lope de Vega: ni come ni deja comer; ni vacuna ni deja vacunar.

Desde esta columna nuestro apoyo a la Alcaldía de Guayaquil en todas las acciones, apegadas a la Ley, para conseguir que sus hijos más vulnerables accedan a la vacunación contra el COVID-19.

Guayaquil por Guayaquil. (O)