Las verdaderas transformaciones —en empresas, gobiernos o instituciones— comienzan con una visión clara, valiente y orientada al futuro. Lo que impulsa el cambio es la capacidad de imaginar lo que aún no existe y atreverse a construirlo.
Las visiones exitosas tienen tres ingredientes fundamentales:
Primero, rompen paradigmas. No solo desafían normas visibles, sino que cuestionan ideas arraigadas y criterios que se han mantenido por años sin ser evaluados. Paradigmas que varias veces no están escritos, pero que todos repiten como si fueran leyes.
Segundo, aprovechan las tecnologías existentes de forma inductiva, desde las posibilidades para generar valor nuevo: soluciones que antes no eran posibles, pero hoy sí.
Y tercero, reconocen y se enfocan en necesidades no satisfechas. Esas que todos conocen, pero pocos enfrentan. Esas que marcan la diferencia entre una organización que evoluciona y una que se limita a operar.
Un ejemplo claro en Ecuador son los puertos concesionados. Durante años se operaron bajo una lógica pública, limitada, con baja inversión y visión de corto plazo. Pero cuando se rompió ese paradigma y se permitió la participación privada, emergió una nueva visión: se invirtió en infraestructura moderna, se usó tecnología de punta, se optimizaron procesos y se respondió a una necesidad evidente, pero desatendida: convertir a Ecuador en un país más competitivo en logística. Hoy, gracias a esa visión, nuestros puertos están entre los más eficientes de América Latina.
Otro caso ejemplar es la industria camaronera ecuatoriana. Lo que comenzó como una actividad artesanal se transformó —con visión, innovación y coraje— en una de las industrias más importantes del país. Se incorporaron tecnologías de alimentación, genética, trazabilidad y automatización; se rompió el paradigma agrícola tradicional y se apostó por una proteína de alto valor con estándares internacionales. Hoy, Ecuador lidera las exportaciones de camarón, no por casualidad, sino por visión.
En EE. UU., la industria aeroespacial ofrece un ejemplo similar. Por décadas fue dominio exclusivo de agencias estatales, hasta que una nueva visión —liderada por actores privados— rompió el paradigma. Aprovechando tecnologías existentes y una lógica de eficiencia distinta, crearon cohetes reutilizables, redujeron costos y aceleraron los tiempos. Además respondieron a una necesidad antes ignorada: hacer del espacio un entorno accesible, no solo para exploración científica, sino para innovación comercial y desarrollo tecnológico.
Estos casos demuestran que el progreso nace cuando se desafía lo establecido, se piensa con propósito y se actúa con sentido. Una visión no es un deseo, es una manera de observar el presente con ojos del futuro.
Cuidado ante las crisis nos quedamos en solo gestionar el presente y descuidamos construir el futuro.
El verdadero liderazgo no es el que administra lo heredado, sino el que se atreve a imaginar lo que aún no existe y a construirlo.
En consecuencia, este es el momento de mirar con valentía hacia adelante. De tener una visión clara del Ecuador que queremos, y una estrategia audaz para construirlo. (O)