Ecuador es una ensalada de partidos y movimientos políticos. En cada campaña vemos nacer unos y morir otros. Para algunos, esto define a la democracia en Ecuador y para otros, esto mismo es su mayor amenaza, especialmente cuando surgen partidos politiqueros y no políticos. Particularmente, cuando tienen estos seis ejes fundamentales: 1. Oponerse por oponerse volviéndose perro de hortelano: ni come ni deja comer. Ni hace ni deja hacer. 2. Sufrir de disonancia cognitiva severa: hacer exactamente lo que criticó. 3. Ser conservador: conservar las mismas malas mañas por décadas. 4. Restar y no sumar. 5. No practicar lo que predica. 6. La prepotencia no es solo su modus operandi, limitándose al marco de la política. De forma privada, el politiquero actúa con la misma superioridad que raya en abuso. Lo de la prepotencia es un modus vivendi.

El politiquero habla de progreso, pero la realidad es que es su propio freno porque normalmente conflictúan sus propios intereses con los intereses sociales y, por supuesto, actúa conforme a los primeros. Lo hizo ayer, lo hace hoy, lo hará mañana.

Los grandes hitos del Ecuador de las últimas décadas que han contribuido enormemente al desarrollo del país se han logrado no gracias a, sino a pesar del politiquero. Esto, afortunadamente, lo cuentan los libros de historia.

El politiquero rara vez ha estado en el Ejecutivo, pero desde el Legislativo ha sabido ser la más insufrible piedra en el zapato que ha impedido que el Ecuador siga sumando hitos: implementar una solución efectiva para el IESS, para la descentralización, para eliminar privilegios en el sector público. El politiquero se ha opuesto, en más de una ocasión, a la eliminación del populista subsidio a los combustibles, sabiendo perfectamente de su efecto distributivo regresivo: la mayor parte del beneficio va a los quintiles superiores en la distribución del ingreso. Son de fama internacional sus pactos para poner contralores y evitar que sus gestiones sean auditadas. Lo mismo con las cortes penales. Ha usado al Legislativo para imponer un presidente sustituto que le permita colocar ministros amigos. Así es el politiquero.

En política, y en muchos otros ámbitos importantes de la vida, no es bueno el que ayuda sino el que no estorba. El politiquero obstaculiza y entorpece el camino hacia la prosperidad. La política es de desacuerdos y es imprescindible cuestionarlo todo. De hecho, los acuerdos se logran hablando y negociando con el fin de beneficiar a la mayoría, y no a unos pocos, especialmente a los más vulnerables. Lamentablemente, el politiquero se opone a todas las políticas públicas ajenas, a pesar de estar de acuerdo o de estar alineadas ideológicamente, porque prefiere llevarse el mérito. Los intereses del país quedan en segundo plano. El politiquero es una calculadora política a tiempo completo, que olvida fácil y rápidamente quién lo puso en el poder.

El politiquero amarra. El politiquero poco conoce de la ética. El politiquero confunde política con politiquería. El politiquero es, quizá, junto con la viveza criolla, el peor de los males del Ecuador y el mayor freno a su desarrollo. Lo dice la historia. (O)

@paolaycaza