Hay asuntos que tratados con ligereza pierden la oportunidad de debatirse. Vivimos de la inmediatez y de la escasa reflexión. A breves rasgos, parecería ser que ciertas opiniones van tomando forma en la medida que se adhieren a la comodidad de pensar como la mayoría. Conocer múltiples perspectivas sobre un hecho es una práctica que demanda tiempo y compromiso. Haciendo un recuento de los acontecimientos que predominan en la agenda mediática, es preciso examinar y detenerse a descifrar los sentidos de las palabras.

No debería sorprendernos la carga de agresividad con que se enuncian ciertos comentarios en redes sociales o espacios donde tenemos la opción de compartir nuestros criterios. Digo esto porque solo basta hacer memoria de episodios cotidianos de los que hemos sido testigos o en los que hemos sufrido violencia, por ejemplo, en medio del tránsito vehicular de las ciudades donde habitamos. Al parecer se espera que el otro esté siempre en desventaja para incendiar fugazmente las calles con improperios o gestos que evidencien superioridad. Sin segundos de paciencia, una bocina de carro ya nos apresura a pasar rápidamente la luz verde. O ni qué decir de la gente apurada en la fila del cajero automático que mete prisa a quien se demora porque necesita prolijidad para ejecutar su gestión. ¿Son signos de individualismo desmedido? La tolerancia y el respeto como parte de nuestros cuidados parecen ser materia olvidada.

Que no llame la atención, entonces, la tendencia acentuada en parte de la ciudadanía a reproducir imaginarios y discursos que incitan a la violencia. Cómo pasar por alto que en la televisión nacional se diera espacio a un programa que en su primera emisión a través de un juego de palabras llamó “cabrón” a un líder indígena y, acto seguido, le echó dardos a su imagen. El problema es que no nos detenemos a pensar en que las palabras construyen mundos. Y que la banalidad con la que se quiere encubrir ciertos mensajes se ha convertido en un vicio de la opinión común.

Por fortuna, contamos con herramientas e instrumentos que permiten elevar nuestras voces. Podemos demostrar que sectores más críticos y pendientes de actos que inciten al odio no pasan inadvertidos. Recientemente la intervención oportuna de usuarios y agrupaciones feministas denunciaron las ideas misóginas de un conocido rostro televisivo. Tratar de desacreditar las conquistas de los colectivos de mujeres y deslegitimar las luchas que buscan justicia, igualdad de oportunidades para sectores considerados minoritarios, a modo de “broma” como se refirió el conductor, parece el acto y la excusa más infantil, que encubre desconocimiento.

Sabemos que los discursos feministas resultan incómodos a quienes temen perder privilegios ganados a lo largo de una cultura patriarcal. Y no sorprende que dichos ataques sean auspiciados por un público masculino. Las palabras operan y evidencian que la realidad necesita ser intervenida. Que demandamos espacios donde se prioricen la crítica y los exámenes de conciencia para construir sociedades equitativas. Las palabras se sostienen en una conciencia política, en la medida que construyen sentido. (O)