Procusto es –en la mitología griega– un gigante que rompe a martillazos a quienquiera que no encaje en las medidas de los lechos de su casa. Si alguien es muy grande, Procusto lo mutila para que los pies no sobrepasen la cama; y si es muy pequeño, lo estira para que quepa perfectamente. Procusto es sinónimo de aquel que apaga la luz de los diferentes.

¿Cuántas veces las instituciones se convierten en la casa de Procusto? El síndrome de Procusto surge cuando quienes tienen poder son incapaces de reconocer las ideas de aquellos que no coinciden con el esquema planteado. Los enfermos con el síndrome de Procusto descalifican a otros y minimizan su accionar, al tiempo que destacan el suyo, por todos los medios posibles.

Una institución que tiene miembros con síndrome de Procusto será incapaz de mediar con las dificultades de convivencia (propias de los entornos labores). Los síntomas de que una instancia tiene síndrome de Procusto están en las manifestaciones de rivalidad, la ausencia de empatía y la abundancia de acciones mutiladoras. Así, las organizaciones deben diferenciar la sana competencia de la rivalidad destructiva.

El síndrome de Procusto es dañino, sobre todo cuando se mezcla con tintes de megalomanía, es decir, esa característica que distingue a quienes albergan una idea delirante sobre su importancia y que lastimosamente encuentran ecos en estructuras institucionales frágiles, que no se arriesgan a liderazgos alternativos.

El síndrome de Procusto se transforma en un problema porque impide el accionar conjunto por el bien de una causa. ¿Qué pasa cuando dos Procustos se encuentran? En ese sentido, parece que la historia de la política ecuatoriana tiene varias huellas de ese síndrome. ¿Cuántas veces vimos las disputas intestinas entre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial? ¿Cuántas veces las envidias y odios viscerales impidieron que el país llegue a acuerdos sustanciales? Lastimosamente, muchas veces.

Detectar y advertir el síndrome de Procusto implica el esfuerzo de educar a cada líder de una organización sobre el peligro de actuar desde el individualismo y con la soberbia del poder. El poder en corto tiempo se acaba, pero las instituciones sufren los embates de gestiones egoístas. El costo es demasiado alto al entregar los liderazgos –a gigantes– que usarán los pocos recursos para inflar su imagen y se ofenderán cuando otros quieren generar una idea alternativa.

El estudio publicado en España por Maldonado Briegas, Álvarez Martínez, Abdo Touma y Vicente Castro (2023), titulado “El síndrome de Procusto y su impacto en el comportamiento organizacional actual”, advierte a las organizaciones que no deben colocar en niveles directivos a quienes tienen síndrome de Procusto, pues portan amenazas siniestras y lo único que buscan es brillar solos.

La figura antónima al síndrome de Procusto puede ser la minga, pues en ella cada persona pone lo mejor de sí. Cada idea es bienvenida, porque se la aprecia como un producto comunitario. Esperemos que en el país prime la minga por encima de los míseros afanes de opacar a quienes empiezan a brillar. (O)