“La esencia del ilusionismo es hacer posible lo imposible con un simple movimiento de manos”, Teller.

En el fascinante mundo de la ilusión y el escapismo, Harry Houdini se destacó como uno de los artistas más prominentes del siglo XX. Nacido en Hungría a principios de la era moderna, Houdini no solo dominaba el arte de liberarse de cadenas y celdas cerradas, sino que también tenía una habilidad excepcional para captar y mantener la atención del público. Antes de realizar sus trucos, Houdini transmitía una actitud de calma y seguridad que generaba confianza absoluta en su capacidad.

Esta habilidad de Houdini de generar confianza y captar la atención no era algo improvisado. Por el contrario, el ilusionista dedicaba una importante cantidad de tiempo a practicar en detalle su escena; si esta no le salía bien, podría costarle hasta la vida. Su truco más conocido era la inmersión en el agua, atado de manos y pies. Sus dotes de cerrajero, fruto de su pasado laboral, y su habilidad innata hacían que este acto fuese heroico. En el acto, Houdini relataba a la audiencia con gran detalle cada uno de los peligros a los que se iba a someter, pero se comprometía a realizarlo y salir con vida.

Autoevaluación

El dilema del tranvía

Existen coincidencias y diferencias entre los ilusionistas y los políticos. El ilusionista debía llevar a cabo su truco; su vida dependía de ello. Sin embargo, el político de turno puede prometer una cosa, no cumplirla y marcharse sin rendir cuenta alguna. En nuestro país, las promesas, las hojas de ruta, las estrategias y demás ideas son una constante, de las cuales, con suerte, un par se ejecutan y logran atajar alguno de los tantos problemas coyunturales que van emergiendo en el ejercicio del poder, evitando así ir a lo de fondo, donde realmente está el problema.

Nuestros problemas no son nuevos; los hemos venido arrastrando debido a la incapacidad de resolver lo básico. El país afronta un sistema de educación de bajísimo nivel, una economía donde el Estado carece de la capacidad de invertir socialmente, niveles de inseguridad alarmantes, un sistema de salud colapsado y corrupto, un sector privado vacunado, inversión extranjera sin seguridad jurídica, desempleo que genera desesperación en los hogares. En suma, desazón.

Lo que realmente se necesita es pensar menos en la política y más en el país. Para ello se requiere un plan estructural, que sea concreto y viable, lo que se conoce como un Plan País. Que tenga capacidad de generar políticas públicas para que exista orden y orientación, que fortalezca la institucionalidad para que entre varias, exista justicia y que permita que el país dependa cada vez menos del político de turno.

Los ilusionistas hacen sus trucos y los espectadores, a pesar de que saben que se trata de una fantasía, aplauden como si fuera real. Igual pasa con los políticos, hacen un par de trucos y hay una aparente satisfacción. Es crucial que todos, políticos y ciudadanos por igual, reconozcamos la necesidad de un Plan País que aborde los problemas de manera estructural y sostenido en el tiempo. Mientras no exista un plan, todo será mentira. (O)