Embobados por la “democracia electorera”, confundidos entre ofertas, disputas y discursos, narcotizados por noticiarios saturados de propaganda y entontecidos por las redes. Así viven los habitantes de una república de cuento que ha transformado las elecciones en la razón de la vida. Aquí se ha archivado la cultura, y ahora las preocupaciones fundamentales están centradas en el mercadeo de las ilusiones de humo.

Tras la neblina electoral que opaca la realidad, cualquier observador medianamente atento advierte la verdad, la realidad que no perdona, el desempleo que no cede, la violencia y el crimen, la corrupción estructural que nació de la viveza. Y ese observador (u observadora) sabe que la política electorera no resuelve nada que no sea para solaz de los clientes de partidos y movimientos, y por cierto, para los candidatos que gozan de momentánea fama y de transitorio espacio en la foto o la entrevista. Y, claro está, para los triunfadores en la contienda, para los encuestadores que aciertan y los calculadores que ya afinan sus habilidades.

Elecciones 2023: Fechas y datos importantes antes y después del 5 de febrero

Mientras el espectáculo avanza, entre los silbidos y aplausos de rigor, más allá de los analistas que predicen el futuro, los volcanes se coronan de humo, los agricultores se angustian, los habitantes de pueblos y laderas y los que viven de sus manos tiemblan y esperan. Es que “vivimos juntos pero de espaldas”, los unos mirando el presupuesto del Estado y de los municipios, y los otros, rezando para que no llueva ceniza y alentando la única esperanza que se esconde en su trabajo, en la sementera, en el esfuerzo que no cesa jamás. Algunos, atentos a todas las especulaciones políticas, y los más, afirmándose en la certeza de que ni el Estado, ni los municipios, ni las prefecturas resolverán nada.

(...) los hombres y mujeres del común seguirán tercamente aferrados a sus mínimas y precarias ilusiones...

El electoralismo ha roto a la sociedad, ha convertido la sensatez en una especie en extinción, al sentido común en atributo de los ingenuos y a la viveza en argumento central de la acción política. El electoralismo es el hilo argumental que explica la crisis de las instituciones, la insensatez de los dirigentes y la cobardía de las élites. Todos están embebidos en los cálculos, obsesionados por las ofertas de los redentores. Así, desde el lunes seis de febrero habrá un nuevo país para algunos afortunados, ya lo veremos en las entrevistas y noticiarios, y para los demás se afianzarán el desencanto y la idea de que esta política no es útil ni funcional para la gente, que es la negación de lo que se ofrece en las campañas. Que el poder es todo lo contrario a las esperanzas, que las sonrisas son parte de la estrategia.

Terminado el último episodio de sorteo de la felicidad nacional, vendrá la construcción del tinglado para el nuevo evento. Los candidatos estarán ya reclutando seguidores y “construyendo liderazgos”. Mientras tanto, los hombres y mujeres del común seguirán tercamente aferrados a sus mínimas y precarias ilusiones, esperando que el volcán se calme, que aparezca el empleo, y que se inaugure alguna vez la paz, esa que perdimos entre el tumulto, la corrupción y la mentira. (O)