No hay duda de que Roger Waters es considerado uno de los más notables e influyentes músicos y compositores de la historia de la música rock, recordándose de especial manera su etapa como cofundador, bajista y vocalista de la

banda británica Pink Floyd, un referente global con memorables canciones tales como Wish You Were Him, Money, Breathe, Learning to Fly, pero especialmente Another Brick in the Wall publicada en el álbum The Wall, la cual es considerada como una de las mejores canciones en la historia del rock.

Para los fanáticos de Pink Floyd, Waters, quien acaba de cumplir 80 años, es una leyenda viviente, un genio musical que debe ser reverenciado y venerado, más allá de la disfuncionalidad que incorpora su libreto ideológico.

En ese contexto, resulta usual que se sostenga que todo genio musical está más allá de sus opiniones o prejuicios políticos, culturales o religiosos, y que por lo tanto asistir a un concierto de un artista como Waters constituye un privilegio que excluye cualquier antipatía o recelo hacia sus opiniones personales.

Naturalmente para entender con más claridad lo señalado, hay que recordar que el ícono británico maneja hace algún tiempo una narrativa que se apropia de clichés y falsedades ideológicas, lo que le permite ser desde un triste apologista de Vladimir Putin a un vergonzoso y consumado antisemita, sin poder ignorar sus hilarantes devaneos con lo que denomina “resistencia bolivariana”, habiéndole dedicado varios videos, nada más ni nada menos que a Nicolás Maduro, insistiendo en su disparatada versión de que la Venezuela actual goza de una democracia real y participativa como pocos países en Latinoamérica.

En el caso del conflicto de Israel con Hamás, Waters se convierte en un gran negacionista del grupo terrorista palestino, endilgando de manera fanática todo el peso de la dramática situación al Estado israelí, y así como esos reproches hay muchos otros con los que se pudiese cuestionar al gran músico. Y claro, uno podría alegar que no importa qué tan desviado esté su pensamiento político, que lo que realmente interesa es el talento musical, la experiencia sublime que se vive, así aseguran, en los conciertos de Roger Waters; pero resulta que el problema es que ahora Waters es también un obcecado fundamentalista, al punto que al inicio de sus conciertos aparece un holograma que dice de forma literal “si eres de los que dicen: me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”. Está bien.

Conversaba con unos amigos que estarán presentes hoy en el gran concierto de Roger Waters en Quito, quienes me cuestionaban mi poca apertura respecto al músico.

Les respondí que tampoco era para tanto, que hubiese ido con gusto al estadio Atahualpa, pero eso sí, con un gran cartel que diga “Fuck Off Roger”, así me quedaría disfrutando del genio musical, pero con la conciencia tranquila. Y no faltaba más, cantando a todo pulmón “we don’t need no education...”. (O)