Temprano en este mes, el rostro y el ritmo de la ciudad cambiaron. La gente madrugaba para estar entre los primeros en entrar a los almacenes que anunciaban ofertas y facilidades de pago, por las fiestas navideñas y para las compras de los regalos, que imponían la fecha próxima.
En las casas, las oficinas, los almacenes aparecieron imitaciones de árboles de hojas verdes que simulan un pino, en el cual se exhiben adornos y luces. Por todos lados aparece un anciano de larga barba blanca y vientre abultado, que los niños esperan con ansia porque han aprendido que les traerá regalos.
En algunos lugares hay coros de niños que ensayan villancicos, con los que se amenizan fiestas. Hoteles y restaurantes anuncian sus menús y el acompañamiento de música en vivo. El ambiente festivo es innegable. Se acerca la Navidad y hay que festejarla.
Pero hay algo extraño, en la mayoría de las casas, restaurantes, salones de fiesta, no está, no aparece el protagonista, el niño que nació en Belén y cambió la historia.
Ciertamente, el pueblo de Israel esperaba al Mesías que anunciaron los profetas, imaginaban alguien rico con mucho poder pero nació en la pobreza, en un pesebre de Belén; esperaban un guerrero fuerte y hábil en la guerra, pero sus armas fueron otras: sus palabras y sus acciones. Predicaba justicia, paz, amor, curaba a los enfermos, se interesaba por los desposeídos, invitaba a la fraternidad, la generosidad y la igual dignidad entre los seres humanos. Llamaba a construir un reino de justicia, amor y solidaridad, era el hijo de Dios enviado con ese objetivo, que muchos no reconocieron. Entonces el niño de Belén, cuyo nacimiento fue anunciado por los ángeles primero a los pastores, se convirtió en adulto peligroso para los poderosos, fue acusado, juzgado y condenado a muerte en la cruz. Su vida y su muerte cambiaron la historia, tanto que contamos el transcurrir del tiempo en dos etapas, antes de Cristo y después de Cristo.
Sus seguidores se regaron por el mundo predicando su palabra, para que quienes la reciban, trabajen en la construcción del reino de justicia, paz y fraternidad.
Todo esto había que conmemorarlo y el papa Julio I eligió el 25 de diciembre para celebrar su nacimiento, lo que comenzó en Roma en el año 336, pero no se convirtió en fiesta cristiana hasta el siglo IX. Desde entonces, más allá de lo religioso, la fecha destinada a conmemorar el nacimiento de Jesús se ha convertido en motivo para reuniones familiares, de amigos y de comunidades , y para los cristianos, en motivo para recordar sus enseñanzas y reflexionar acerca de si realmente las hemos convertido en compromiso de nuestras vidas.
Los regalos siempre significan la alegría de poder dar algo, sin esperar nada a cambio y aunque muchos necesitan algo material y es necesario proporcionárselo, también podemos regalar solidaridad, amor, comprensión, amistad, generosidad, no solo de dinero, también de compañía, sentido de fraternidad y de justicia.
¿Invitamos al niño de Belén a la fiesta, que sería permanente si en cada uno de nuestros días vivimos de acuerdo a sus enseñanzas? Son aplicables a cristianos y no cristianos. Están todos invitados. (O)