Si las proyecciones electorales se mantienen, la segunda vuelta electoral a celebrarse en apenas 22 días será una de las contiendas más apretadas en la historia democrática de este país, toda vez que se asegura que quien termine obteniendo la victoria, lo hará con una diferencia reducida. Como todos conocemos, en elecciones se puede ganar por un voto, pero esa posibilidad en estos tiempos, lejos de ser una opción, terminaría siendo la antesala de un periodo de extrema incertidumbre y anarquía, pues con seguridad se alegaría por parte del candidato perdedor la posibilidad de un fraude.
Esa reflexión nos podría llevar a otra interrogante, en el sentido de la diferencia en votos que requiere un candidato para ser elegido, sin que medie por parte de su contendor la abierta insinuación de que se ha producido el temido fraude electoral. Naturalmente, la idea de que en estos tiempos se requiere ganar con un sólido margen para alejar cualquier suspicacia, constituye una afrenta para el espíritu propio de la democracia, la cual se sustenta en principios básicos de ética y confianza en las instituciones. El punto es que en los últimos años y como consecuencia de diversos episodios electorales, existe una clara desconfianza al momento de proclamar resultados, pues se insinúa que existe en las instituciones electorales un propósito deliberado de alterar los resultados; pero seamos honestos, aun si existiera una confianza plena en el proceso electoral, ciertamente sería casi imposible que un candidato acepte su derrota con la diferencia de apenas un voto en una elección presidencial. En las elecciones presidenciales de 1956 y obviamente con un número más reducido de electores, Camilo Ponce Enríquez se impuso a Raúl Clemente Huerta con una diferencia de apenas 3.000 votos, aproximadamente. Mientras que en las elecciones de 1948 Galo Plaza salió victorioso en la contienda presidencial obteniendo apenas 3.300 votos más que su contendor Manuel Elicio Flor.
¿Supongamos, por ejemplo, que la segunda vuelta del domingo 13 de abril se resuelve con apenas esa diferencia pequeña de votos?, ¿qué creen que podría ocurrir?, ¿acaso una aceptación lisa y llana del candidato perdedor, alegando su plena fe y confianza en el proceso electoral y en la vigencia de la democracia? Evidentemente no, pues es totalmente previsible que en un caso así y a pesar de que los resultados sean legítimos, el candidato perdedor haría todo lo posible no solo con el propósito de descalificar los resultados, sino también con el fin de provocar una conmoción social capaz de revertir la proclamación del resultado final. Por supuesto, hay que reconocer que el antiguo axioma de que en elecciones se gana con un voto de diferencia es irrespetado en la gran mayoría de los procesos electorales a nivel global, lo que también evidencia la crisis de desconfianza que existe en las sociedades respecto de los procesos democráticos.
Es decir que en la actualidad y como signo de los tiempos, la proclama irrestricta de respeto total a la voluntad popular es manejada con tanto sesgo que, insisto, ganar por un voto y conseguir que se respete ese resultado, es casi una epopeya. (O)