Cinco meses después de instalado, el gobierno de Guillermo Lasso finalmente busca un periodista experimentado, con muchas batallas, algunas de ellas con feroces cultores del poder absoluto, para empezar a hilvanar una comunicación coherente, inclusiva, incluyente y, sobre todo, que fomente el debate y despeje las dudas, que creo es lo que esperamos no solo los comunicadores, sino todo un amplio público de clase media intelectual, que no se conforma con ser observador pasivo.

Lo advertí a quienes, antes de asumir la función pública en el cambio de mando de mayo anterior, pedían alguna sugerencia que consolide un buen arranque: No cometan el error que hicieron otros recientes, dije, de rodearse solo de publicistas y marketeros, que si bien son expertos en el manejo de la imagen y de los mensajes subliminales y unilaterales, trepados en el poder han dado amplias muestras de su convicción de que todo se limita a la propaganda, a los eslóganes, a los colores, al jingle. Mucho de continente y poco de contenido.

Ya en la década de correato habíamos visto a algunos de ellos en acción extrema. Tanto que no hay cómo olvidar que hicieron hablar a una artista sordomuda, en un video oficial de supuestas agresiones verbales al presidente mientras hacía una performance en medio de un rechazo estudiantil. Sin mayor desparpajo, los reyes de la propaganda de entonces montaron en boca de la joven palabras soeces contra el mandatario, con tan mala suerte para el artista de la edición malévola que justo escogió para hacerlo a la persona incorrecta. Nunca se disculparon por el desaguisado.

Pero entonces había un poder que se creía total, que, emulando a vecinos y coidearios latinoamericanos, y con algunas lecturas de Goebbels, nos impuso la propaganda como única vía de información y cansonas sabatinas como el escenario de los anuncios unidireccionales de acciones y decisiones tomadas por el gobernante. Allí, debo ser justo, la situación fue a la inversa, porque el correato empezó con un intento fallido de conversatorios con el jefe de Estado, con invitados independientes, organizados por una comunicadora indígena y un viejo radiodifusor, pero que al cabo de pocos episodios se volvió incómodo por la polémica que armaban los periodistas. Y entonces se consolidó el reino de la propaganda.

Justamente uno de esos periodistas independientes incómodos para ese poder que se creía absoluto fue Carlos Jijón Morante, ahora nombrado por el presidente Guillermo Lasso vocero oficial de su gobierno. Y recuerdo a Jijón, entonces director de noticias de Ecuavisa, abandonando asqueado aquella sabatina en el Salón Amarillo en la que Rafael Correa ordenó a la fuerza pública que sacaran a otro comunicador, Emilio Palacio, por una pregunta incómoda.

Conozco a Jijón hace tres décadas y valoro su trayectoria y capacidad de debate. Periodista de raza. Analista implacable. Cinco meses han debido transcurrir para que el Gobierno gire y lo sume al equipo en medio de una crisis política que ha ganado inusitada profundidad. ¡Esperemos que se consolide ahora en el poder el reino de la información transparente, abundante y bien direccionada! (O)