La definición simplona de ser líder es la capacidad de tener seguidores, pero el tema es más complicado. Basta observar a V. Zelenski en acción.
Ha señalado Édgar Morin que los avances de la ciencia, técnica, industria y economía no se regulan por la política, ética y pensamiento. En la modernidad desatada cabe todo: guerras étnico-religiosas, criminalidad mafiosa, armas nucleares, maniqueísmo, irracionalidad, injusticia, desastres ambientales. No hay sociedad civil planetaria ni pensamiento complejo.
En los años 90, Peter Drucker distinguía la gerencia (do the things right) del liderazgo (do the right things). Hacer bien las cosas no es lo mismo que hacer las cosas correctas para generar cambios. No es el líder per se quien los crea; él los facilita.
Frente al entramado de un nuevo orden mundial se espera del líder político que tenga conocimientos, experiencia, legitimidad, visión, ética, carisma, empatía, credibilidad, determinación, salud mental. Que sea estratégico, firme, innovador, inspirador, persuasivo, auténtico, comunicador, autocrítico. Sin embargo, ser líder no es tarea solitaria; requiere la interrelación con otros, enmarcada esta en su ineludible biografía e historia, las correlaciones de poder y el contexto sociocultural e histórico en que interviene.
Para J. R. Ubieto (ZADIG, 28/04/24) el deseo de un político es enigmático y supone “cierta estima por el Yo”, ante al acoso tenaz de adversarios, más aún en la era digital. Poner el cuerpo en la contienda trae efectos en él y su familia, y “surge la tentación de pedir que el otro (votantes) los ratifique en su deseo o desaparecer de la escena por no estar dispuestos a pagar el precio de esa ambición”. De otro lado hay populistas prémium, ególatras y cínicos, creyéndose mesías incuestionables.
En Un nuevo liderazgo político para el siglo XXI (CSIS, 2021) Marcos Peña, jefe de Gabinete de Macri en Argentina y con gran parte de su vida en primera fila, se alejó, exhausto, para procesar lo personal de la política. Vio que la soledad y falta de apoyo a líderes jóvenes los vuelve narcisistas y autosuficientes para poder sobrevivir: “Están desbordados, tratando de liderar con un marco institucional político muy débil, como botes en el medio de un mar embravecido”.
Según Peña, se desconoce la altísima demanda física, mental y emocional de la gestión política. El diseño estatal, arquitectura palaciega, pomposos protocolos y ceremonias no ayudan a que el líder se distancie del caudillismo, mesianismo, carisma y tecnocracia. Sugiere cuidar la salud de cuerpo y mente, ampliar miradas, manejar fama, apoyarse en equipo, pensar en los vaivenes del poder: “expresidentes jóvenes terminan su mandato y se enfrentan al vacío de no saber qué más hacer”. Pasa igual con políticos que nunca se retiran.
En tiempo de discontinuidades habría que coincidir con Morin, en que lo improbable puede ser posible y podría reemplazar a lo probable. Ocurrió con la victoria aliada sobre la Alemania nazi: “la dominación del imperio hitleriano sobre Europa dio paso a un nuevo probable que lo volvió improbable”. Y, por tanto, posible. ¿Con o sin Churchill? (O)