Cuando le dijeron a Johnny Czarninski en un hospital oncológico de Houston que le quedaban entre tres y seis meses de vida, y que mientras tanto ponga sus cosas en orden, respondió que nadie decidiría por él cuánto más viviría. Con la determinación y resiliencia que le caracterizaban vivió catorce años más, contra todo pronóstico.

Las imágenes de la calle de honor que le hicieron centenares de sus empleados en la avenida 9 de Octubre y Boyacá, frente al local donde nació El Rosado hace 88 años, para despedir a quien fuera su jefe, en medio de aplausos y llanto, fueron muy conmovedoras. Una manifestación espontánea de la profunda admiración que sentían por él como un referente de liderazgo y mística de trabajo que infundiría a más de 10.000 personas que son parte del grupo corporativo El Rosado.

¿Quién era Johnny Czarninski, presidente de Corporación El Rosado?

Conocí a Johnny a través de su padre, don Alfredo, con quien amisté a través del colega Alberto Borges, manteniendo con ellos una selecta cofradía de contertulios. Debido a esta cercanía, hubo un relacionamiento con su primogénito, entonces mano derecha del negocio familiar.

Y aunque recibió la posta con la vara alta, la llevó a otro nivel al multiplicar los negocios corporativos con una suma de nuevas marcas, a más del ancla tradicional de Mi Comisariato. Así surgieron Ferrisariato, Mi Juguetería, RioStore y Tuti, entre otras, que permitieron convertirlo en el segundo grupo empresarial del país.

Así llegó la familia Czarninski a Ecuador, la que creó un imperio empresarial

Johnny fue el visionario del emporio que creció bajo su dirección. Tenía esa extraña habilidad –que poseen muy pocos– de saber cómo crear riqueza. Su carácter tesonero e incansable, a la vez que austero y modesto –ajeno a cualquier ostentación o manifestación de lujo– lo convirtieron en lo que fue: un empresario de excepcionales virtudes.

Fue un puente de lujo para hermanar a Ecuador con Israel, en el desempeño del consulado general de este país en Guayaquil, un cargo que ocupó don Alfredo y ahora ostenta su hijo Gad como parte de un relevo generacional.

Como testimonio de amor filial, Johnny convirtió el departamento donde vivieron sus padres, en el lugar mismo donde nació el Salón Rosado, en museo para honrar su memoria, marcada por el desarraigo del exilio, pero a la vez por un feliz desenlace en lo que sería su tierra prometida.

Como complemento publicó un libro titulado ¡No oigo nada, no te muevas, voy para allá!, según la anécdota de cómo su padre conquistó a su madre, Ruth, en el Guayaquil de la posguerra, y narrando la suma de peripecias que atravesaron para consolidar su negocio y la familia.

Con el paso de los años, Johnny se casó con Nilly, hija del entonces embajador de Israel en Ecuador, Issac Shefi, prestigioso académico de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y ella de modo propio una destacada psicóloga clínica. Tuvieron dos hijas y un hijo que deberán continuar su legado.

El sentimiento de Guayaquil, la ciudad que lo vio nacer, es de manifiesto pesar por su partida, algo prematura. En el corazón de sus conciudadanos hay actitud de luto, pero a la vez de agradecimiento por una vida llena de realizaciones. (O)