El día de mañana aparecerá en redes sociales una conversación que grabamos la periodista e historiadora Jenny Estrada y yo, para recordarle a la comunidad que pronto tendremos esa reunión anual que conocemos como Feria Internacional del Libro. Cada convocatoria –esta es la séptima– se esmera por mantener sus actividades fundamentales y conseguir algún ingrediente que la singularice. Volver a la forma presencial será, de por sí, una alentadora novedad.

Ahora quiero recoger la explosión de entendimiento que se consigue cuando practicamos el arte de la conversación sobre la base de afinidades y experiencias cercanas. No somos –desde mi entender– “dos damas iconos” como afirmó alguien (y mi negativa a usar la palabra medieval para identificar género o respetabilidad no tiene que ver con soberbia, más bien con la referencia diáfana a nuestra condición de mujeres), sino dos protagonistas de quehaceres culturales próximos y complementarios.

Partimos en el diálogo de una visión de Guayaquil desde el siglo XX para rememorar que hubo una Ciudad Vieja y una Ciudad Nueva luego del gran incendio, y que siguiéndole la pista al esfuerzo de reconstrucción resurgió –literalmente– desde las cenizas. Fue natural imaginar al bardo del Guayas recorriendo calles –¿acaso no escribió uno de sus primeros poemas a una chiquilla dependienta de un almacén y a la que él vio dueña de “ojos de hurí”?– y dando testimonio de la ciudad completa en su labor de cronista.

Oyendo a Jenny se me revela cuán difícil tiene que ser la labor de historiadora, porque los seres humanos tenemos la tendencia de idealizar el pasado y hacer dominantemente el inventario de los hechos nobles y de las imágenes hermosas. Ambas amamos nuestra ciudad, pero a mí, subjetiva por vocación, me saltan versos del alma, recuerdos positivos de mi paso por calles que hoy están tomadas por la inseguridad y un tipo de vida en el que ya no calzo. Como era de esperarse, Jenny se refirió a la música, al pasillo romántico que percibió que entre nuestros tesoros contamos con un río “dándose al mundo” y con un “sol domiciliado”, según rezan los versos de Pablo Hanníbal Vela.

¿Se puede hablar de nuestra ciudad sin contar con el Grupo de Guayaquil? Baldomera nos conduce siempre, con sus grandes zancadas, a seguir la ruta del dolor por la Julián Coronel, se toma sus tragos en 10 de Agosto y Quito, va a parar al retén de Policía que quedaba en la calle Chile. La generación del 50 me hizo nombrar a Walter Bellolio, visionario del problema de ser propietario de vehículo y no tener dónde estacionarlo; así llegamos a Matavilela de la mano de Velasco Mackenzie para dar cuenta de los primeros pobladores de los Guasmos, cuando el centro y sus zonas rojas los expulsaron.

Hemos leído muchos libros y a la mayoría los tenemos frescos en la memoria. Nosotras, crecidas y fortalecidas en la lectura para luego también tomar la pluma y ensayar pensamiento propio, vemos en la feria del libro una cita de variadas oportunidades: se aprende algo nuevo, a menudo se encuentra un título inesperado. En una feria pasada, Jenny pudo ponerles rostro a numerosos lectores de su admirable Guayaquileñas en la historia (2019). Yo me recreo en la aventura de encontrar nuevos amigos entre la gente que circula y entre nuestros escritores invitados.

Conversar es un placer. (O)