¿Qué tono de negro define la desesperación que cunde tras el crimen? Se me vino a la mente que a los toros de lidia más negros, sin un pelo de otro color, se los llama zaínos. Verificando en el diccionario de la Real Academia la validez de esta denominación, encontré detalles que acentúan lo preciso de esta selección. La palabra viene del árabe hispánico zahím, que se traduce como “indigesto”, “antipático”, “desagradable”, y significa traidor, falso, poco seguro en el trato. También mirar mal o con mala intención. En el Ecuador llamamos así a un pequeño cerdo salvaje, negro manchado de gris, que tiene glándulas que excretan olor repelente y en manada es potencialmente peligroso. Todas estas connotaciones sirven para calificar el momento de tristeza, asco y desazón que cunde por todos los ambientes del país.
Quedó sin terminar el artículo que escribía sobre la propuesta de Fernando Villavicencio de volver a la constitución de 1998. Adhería al punto de vista del maestro y decano de los columnistas del país, Simón Espinosa Cordero, quien señalaba que el pensamiento de Villavicencio era de un hombre de Estado, no el de un pistolero y que su proyecto político permitiría volver a la legalidad y al Estado de derecho. Tenía toda la razón, no podemos quedarnos, como lo hemos hecho los últimos siete años, chapoteando cual zaínos en el fango de un aparato legal diseñado para la perpetuación del socialismo autoritario. Hay que arrancar de raíz la maleza jurídica, comenzando por el floripondio venenoso de la constitución de 2008. No fui amigo personal de Villavicencio, pero aplaudí su labor fiscalizadora y lo defendí de los arteros ataques de los corruptos, especialmente en aquel evento de perversidad infinita cuando, a altas horas de la noche, estando presentes su esposa y sus niñas pequeñas, allanaron la vivienda de este valiente luchador. Ya había manifestado en redes sociales mi voluntad de votar por él.
¿Y ahora qué va a pasar? Lamento decirles que nada. El Ecuador es el país de los crímenes políticos jamás resueltos: García Moreno, Piedrahíta, Vega, Alfaro, Andrade. Hay una sólida tradición de impunidad que difícilmente se quebrará. Como no se ha quebrado con los casos de Jaime Hurtado, Gabela, los Pazmiño, los muertos del 30S, Wisuma, Luzuriaga... culminando con el alcalde Intriago. Me adelanto a señalar al gran culpable: el pueblo ecuatoriano. En primer lugar, como se puede ver en los casos mencionados, siempre hubo un núcleo importante de la población que aplaude al bando de los asesinos. Segundo, la gran mayoría de los ciudadanos, así ocurrió en los crímenes que cito, permaneció indolentemente pasiva y miró para otro lado. Y tercero, los que sí protestaron, los que no arriamos las banderas, pudimos hacer más, nos faltó precisión, contundencia y lo que es peor, y también fue así en los siglos XIX y XX, a codazos nos dividimos por rencillas, resentimientos, envidias, silenciamientos y rencores. Habrá elecciones, bailarán los que bailan en los festejos por el triunfo y todo bien, gracias. El horizonte permanecerá zaíno y torvo, el 9 de agosto apagaron a sangre y fuego la última luz. (O)