El marqués Antoine Destutt de Tracy (1784-1836) inventó el neologismo griego ideología que significa ‘discurso sobre las ideas’, con el ambicioso propósito de crear una ciencia de las ciencias, una ciencia madre que estudiaría y sistematizaría todo el saber humano, porque su materia sería justamente la materia de todos los conocimientos, es decir, las ideas. Pronto una nueva interpretación devaluó la palabra, para Marx y Engels una ideología es un reflejo de la realidad económica y social, y más concretamente sería la justificación hipotética de determinado modo de producción y su orden político correspondiente. Parece un quiebre de sentido, pero en realidad no están muy lejos de Destutt, quien pensaba que las ideas eran reflejo de las sensaciones.

Sin embargo, el término se revaluó. Temprano en el siglo XX comenzaron a considerarse como ideologías a sistemas de ideas que se desenvuelven en varios niveles. Primero, una interpretación general de la realidad. Luego una definición del ser humano ante esa realidad y el propósito de la acción humana. Después determinar los problemas con los que toca la realización de ese propósito. Finalmente proponer soluciones a esos problemas. Cuando este esquema está aplicado al uso del poder en una colectividad tenemos una ‘ideología política’ y es el ideario de un grupo cuyo objetivo es manejar el poder dentro de una sociedad con determinado propósito, usando unas herramientas de una manera definida. Este es el uso más corriente que se da a la palabra ideología y de hecho la gran mayoría de personas no la ha oído más que con este significado.

Todo actor político, es decir todo grupo o persona, tiene una ideología. Todos tienen una idea sobre las relaciones sociales, el poder y la economía. Y deberían tener una convicción en sus propósitos y trabajar sobre la manera de lograrlo. Si no los tienen, ¡qué pena... y qué miedo! Dependiendo de las bases sobre las que se asienta cada sistema, la ideología puede transformarse en un dogal o un dogma, pero estas desviaciones más se producen por la actitud de los dirigentes que por la esencia misma de las ideas. Los mandantes, es decir los integrantes de una sociedad, confían en unos mandatarios que ejecutarán su proyecto según su ideología, de manera similar al propietario que contrata con un constructor la edificación de su casa. El constructor dirá cuál es su idea de casa, trazará un plano de acuerdo con sus conocimientos y experiencias, dialogarán sobre la propuesta. ¿Contrataría usted con un ingeniero o arquitecto que ante la pregunta de “cómo va a ser mi casa”, le respondiese “ya veremos, la haremos según las circunstancias”? No, pero también lo despediría rápidamente si él se empeñara en ejecutar su plano, su idea, a pesar de que el suelo, las leyes o el presupuesto lo dificultan o imposibilitan. Una ideología es una referencia ética y un dispositivo moral para la construcción de una idea de sociedad. Puede convertirse en una camisa de fuerza, para otros es una prótesis existencial, ojalá fuera siempre proyecto, código y herramienta. Entonces el neologismo de Destutt no será, como ahora empieza a parecer, mala palabra. (O)