¿Estamos todos locos? ¿Están signados por la locura los tiempos que corren, en los que ya no tenemos el tiempo de tomarnos el tiempo, al decir de J. Lacan? ¿Cuánto es suficiente para afirmar que la volatilidad del pensamiento ya es nuestra? ¿O qué es, si no, declarar el Día de la Wayusa en plena crisis política? Y ni se diga confundir artículos constitucionales para un potencial juicio que podría pasar a la historia. ¡Vaya, qué poder de disociación mental el de los asambleístas!

Hoy, por carambola, vivimos en una especie de estado alterado, como quiera que se lea. Referirse a la gente loca como poseídos por el demonio, profetas iluminados, desconectados de la realidad, desbordados en sus pasiones, está demodé. Nuestros lazos sociales se han agujerado y como indica M. Bassols, reducir la locura a una causalidad bioquímica o genética remite a un estado patológico, extraño frente a lo normal. Pero la normalidad de la cordura es para cada uno lo que otros dicen que es normal: “La normalidad es finalmente un criterio estadístico (…) es como el hombre medio, que nadie ha visto nunca, pero se supone que tiene una opinión razonable de todo”.

¿Y qué es normal si hemos devenido en paranoicos –un síntoma de la psicosis– al vernos sometidos a una exponencial criminalidad, secuestro y extorsión? ¿No actuamos como neuróticos graves al extremar el aislamiento social, aprendido a rabietas en la pandemia? ¿No pecamos de perversos al quebrantar la norma, evadir la justicia o asesinar a otros como mandato del puro gusto? ¿No cedemos complacientes a la cuantificación de todo, so pretexto de llenar un vacío imposible de taponar?

Hoy sospechamos de las instituciones que nos generaban confianza: solo el 52 % de ecuatorianos cree en las FF. AA; 41 % en la Policía; 13 % en la justicia; y 9 % en la Asamblea (Click Report, 20/03/23). Si la función de ley y organización nos ha fallado, si el Gobierno no termina de poner la casa en orden, si los titanes del ring se mantienen en trifulca, ¿cuál podría ser la reacción ciudadana?, ¿habría motivos para la ira?, ¿podríamos tacharla entonces de locura?

En el mordaz texto Elogio a la locura (1511) Erasmo de Róterdam afirma que muy pocos hombres no están locos. Se pregunta si no serán sabios-chiflados quienes se alaban a sí mismos, o los retóricos que sacan de cualquier mamotreto cuatro vocablos anticuados para deslumbrar. Imperios, tribunales, alianzas, asambleas; mercaderes, científicos, escritores, clérigos, jurisconsultos o devotos, son examinados satíricamente por Erasmo. Hablando de la guerra señala que no hay nada más loco que esas pugnas que surgen sin saber por qué y que siempre son más nocivas que útiles para ambos bandos. Al final, “el hombre está hecho de tal forma que le producen más impresión las ficciones que la realidad misma”.

Si la vida es una especie de comedia sin fin, dice Erasmo, en la que los hombres disfrazados de mil formas diversas aparecen en escena, pienso que habría que interpretar estos síntomas sociales cual respuestas de cada sujeto para ubicarse en el mundo.

Releo un libro de R. Montero y me entra la duda: ¿es un peligro estar cuerdos? (O)