Como para negar que el tiempo es un continuum que marcha hacia adelante, el Ecuador se empecina en darnos lecciones para restregarnos el error. Estudiábamos la historia para ver el empeño humano en crecer y perfeccionar los productos materiales e intelectuales con los que la pericia y la comprensión iban mejorando la vida cotidiana. De recoger el agua en los ríos y los pozos, pasamos a integrarla a las viviendas para contar con ella abriendo llaves. De mandar mensajeros corriendo con las piernas o montando caballos para comunicarnos, fueron surgiendo telégrafos, teléfonos y demás sofisticados medios para entrar en contacto.

Los ejemplos son numerosos. Entonces, ¿por qué en Ecuador, en este siglo XXI tenemos que vivir como si hubiésemos retrocedido siglos en materia de desenvolvimiento urbano y laboral? Desde que se inventaron las formas eléctricas para alimentar todas las acciones organizativas de la vida –empezando por la luz para la nocturnidad y alimentando con ellas todos los adelantos de la tecnología– se convirtieron en la dinámica clave de la comodidad y el desarrollo. Pero ocurre que en nuestro país, los gobernantes se olvidaron de sostener este servicio fundamental, dejando su mantenimiento al azar del clima y constreñido a una oferta estatal que somos incapaces de proveer.

Imagino que Carondelet y todos los ministerios ya estarán provistos de miles de generadores de corriente para no paralizar sus obligaciones y no pueden experimentar la real y sofocante carencia diaria. ¿Qué harán las pequeñas farmacias, peluquería, bazares y tiendas de barrio, me pregunto, cuando los apagones las someten a un forzado detenimiento? Me pongo en la piel de los empleados que caminan cuadras a oscuras para tomar el transporte que los lleve a sus casas, en medio del miedo a los asaltantes. Y pienso en todos los que conducen vehículos en calles sin semáforos, en pelea abierta con los conductores que van por el otro sentido, porque no nos caracterizamos por ser solidarios con los que sienten igual presión que nosotros.

Llego a imaginar qué sería del ciudadano que sufre un grave malestar de salud durante las madrugadas en tinieblas, cuando las familias se quedan sin teléfonos y no pueden sacar los carros de los garajes automatizados. ¿Y los que dictan clases a grandes grupos sin el alivio de ventiladores y aires acondicionados? ¿Y los que despiden a sus hijos en horas tempraneras sin agua para el aseo y electricidad para preparar los desayunos?

¡Qué cómodo resulta culpar a los gobiernos anteriores de lo que nos pasa hoy y desde hace unas semanas, aludiendo a la falta de previsión de los otros y no los del actual Gobierno! ¿Y la barcaza inútil? ¿Y el desfile de ministros sin capacidad de acción urgente? ¿Y las fallidas negociaciones para comprar megavatios a países vecinos? Todo eso se escalona en la memoria del habitante informado mientras sufre de reducción de sus movimientos: el hogar, caluroso, el negocio alterado, los horarios fallidos, la renuncia a los hábitos asentados. ¿Quién no cierra sus noches con un televisor que distraiga las amarguras del día? Nosotros, los que estamos arrinconados con apagones de 20:00 a 24:00. Los que pagaremos por servicios que no hemos utilizado con estas incontables interrupciones de varias horas diarias. Y nos piden paciencia. (O)