Con este sugestivo título, extraído del diario de Franz Kafka, nace la novela de Jeovanny Benavides, escritor manabita y primer ganador de la Bienal Eliécer Cárdenas, que varias instancias cuencanas han creado para homenajear a ese inmortal autor del horizonte literario nacional. El subtítulo remarca por donde van las intenciones del nuevo creador: “la novela de Kafka”.

Podría decirse que se ha escrito tanto sobre el autor praguense, que mejor resulta convertirlo en personaje de ficción y seguirlo en su azarosa vida, otorgándole palabra vivencial y mostrando su atormentada psiquis. Esta es la elección de Benavides. Su novela impresiona por la evidente investigación sobre la ciudad de Praga, a partir de 1914, con barrios, puentes y calles en torno del río Moldava y cuando ya sonaban los fragores de la Gran Guerra. Toma al escritor de 30 años y lo imagina cuando ya ha abandonado el domicilio familiar para dedicarse a la escritura.

Lo que en una biografía es dato, en una novela es acontecer vivo, recorrido exterior e íntimo. En muchas páginas el padre es el dios tonante, que exige a su hijo “ser hombre” trabajando en el negocio propio y casándose con la mujer que él apruebe. Jamás vio con buenos ojos la vocación literaria del hijo, por eso nunca puede hablar con él sino sermonearlo con rudeza. Esos diálogos, y los que emprende Franz con toda clase de personas de su contorno, son baza fuerte del trabajo narrativo. Y como en toda buena novela, el detalle de vestuario, de la habitación austera, se pintan con minuciosidad.

Los conocedores de Kafka sabemos que la rutina laboral en una empresa de seguros lo torturaba, como un tiempo muerto que lo empujaba a esperar la hora de salida para correr a escribir. En el relato de Benavides asistimos a la desesperada mirada al reloj, a la contabilización de los minutos que luego, frente a la máquina de escribir, se convertía en bloqueo. Escribir La metamorfosis le aportó enorme lucha interior porque “comprobó que Gregor Samsa era él mismo”, sostiene el narrador de esta novela.

El Kafka de Benavides empieza a sentir la mirada de los demás porque es judío. No se explica “por qué la gente odiaba tanto a los judíos”, más cuando él no cultivaba el Sabbat, ni ingería la comida kosher, ni frecuentaba la sinagoga. Su amigo Max Brod tiene la respuesta: han acumulado muchas riquezas por el carácter emprendedor de su cultura, es un odio que trasunta envidia.

Felice Bauer es la mujer que viaja frecuentemente desde Berlín a visitarlo y a soñar con una vida compartida, pero ella también cometió el error del padre: subestimó el valor de la literatura. La novela incluye páginas de diario del escritor donde se plantea dudas sobre la pareja, que no comprendía lo que para Franz “era sagrado”. Luego de la ruptura desfilarán otras mujeres hasta encontrar a la devota Dora Diamant, que lo acompañaría hasta la muerte.

Escritura y enfermedad son los otros filones fuertes de la narración. El proceso y El castillo fueron saliendo de sus obsesiones y pesadillas, de sus miedos a la realidad; así como la tuberculosis lo hizo desfilar por hospitales especializados, donde se le prometía la salud. Los admiradores del Kafka universal se sorprenderán de que en Ecuador circule una novela tan fiel a los hechos y al espíritu de ese gigante de la literatura. (O)