Se celebró en Quito el XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, concurrieron representantes de 23 países, entre ellos dos en los que nuestro idioma es minoritario, Filipinas y Estados Unidos. Provenían de cuatro continentes, Europa, América, Asia y África, de donde vino la delegación de Guinea Ecuatorial. En el marco de este evento pude asistir a la conferencia que sustentó el académico de número Gonzalo Ortiz Crespo, escritor, político y periodista, quien disertó sobre “La fundación de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, hito en la construcción del Estado nacional”. En su exposición, Ortiz narró cómo se fundó el organismo y quiénes fueron sus primeros miembros. El hecho se produjo en 1874, de manera que estamos en el año jubilar de su sesquicentenario. Entonces gobernaba Gabriel García Moreno, y no es coincidencia, podemos simpatizar o no con este personaje, pero fue el primer mandatario con visión de Estado, no entendido como un mero monopolio del poder, sino como el ente ordenador de la convivencia social.
García Moreno estaba creando, digo yo, un Estado para la nación, pero de hecho creaba una nación para el Estado. La nación, realidad social e histórica difusa, sería ahormada y definida dentro de la estructura política. Uno de los elementos constituyentes de una entidad nacional, quizá el básico, es el idioma, la savia comunicacional básica que une a los componentes de esa sociedad. Un claro ejemplo de esa función es el uso del lenguaje en la elaboración e imposición de leyes, el diccionario oficial de la lengua es una ley de facto, que determina la semántica de las normas jurídicas. Al erigirse la academia se procuraba que este vínculo se normalice y se mantenga diáfano y fluido, para que sea la herramienta eficaz, a través de la cual se comunican las instituciones y los ciudadanos.
En su novela 1984, el escritor George Orwell al describir un monstruoso país totalitario, establece como una preocupación permanente de los detentadores del poder, imponer la “neolingua”, un idioma propio indispensable para que el Gran Hermano y sus secuaces puedan ejercer el poder. Todos los diseñadores de “repúblicas perfectas” han pretendido hacerlo: lo vimos en nuestro país con la llamada “revolución ciudadana”, cuyos operadores hablaban expresamente de “resemantizar” la sociedad, de allí su obsesión por cambiar los nombres de todo, el uso abusivo de siglas para denominar cualquier tipo de realidades (PPL en lugar de preso) y la adopción del llamado “lenguaje inclusivo” para todos y todas. Esta pretensión revolucionaria no tuvo demasiado éxito, por fortuna, aunque dejó antiestéticas huellas. A nivel mundial vemos que avanza la disolvente tendencia woke, cuyo propósito es abolir todos los referentes culturales de Occidente. Entre estos no podía faltar el lenguaje, el principal activo cultural de una comunidad. Cunden una jerga animalista, otra multigénero, alguna catastrofista, etcétera. Las academias tienen en estos tiempos la importante tarea de ayudar a preservar la funcionalidad del español, sin arcaizar el idioma, manteniéndolo actualizado y práctico, pero plenamente identificado consigo mismo y con su historia. (O)