Por mucho tiempo, el liderazgo se pensó como la dirección de una orquesta sinfónica: un conjunto de músicos siguiendo una partitura precisa, con un director en el centro, marcando el compás, imponiendo el ritmo, asegurándose de que cada nota se ejecute exactamente como fue escrita. Orden, disciplina y control.

Ese modelo funcionó en un mundo estable y predecible. Pero hoy, con mercados cambiantes, nuevas tecnologías y transformación constante, los líderes ya no pueden apegarse a una partitura rígida ni limitarse a dirigir desde un podio. Podríamos decir que hoy la realidad de las organizaciones se parece más a una banda de jazz que a una orquesta sinfónica.

Las partes y el todo

En el jazz, la clave no es el control, sino la adaptación. Se permite y se fomenta la autonomía y la innovación dentro de un marco de reglas compartidas y un objetivo común.

En este contexto, el liderazgo no impone, inspira. La imagen del director de orquesta, de espaldas al público, sin tocar ningún instrumento, solo dando órdenes con su batuta, es reemplazada por un líder que toca con su equipo, comparte la responsabilidad, confía en la creatividad de los demás y permite que cada persona brille en su momento, como en el jazz, cuando el saxofón toma la melodía en un momento y el contrabajo en otro, mientras el resto de la banda se ajusta, escucha y responde en tiempo real. Es un liderazgo compartido, donde cada miembro del equipo tiene un rol, pero también la libertad de improvisar y aportar su talento en el momento justo.

Los jazzistas ilustrados

Escuchar es más importante que hablar. En una banda de jazz, la comunicación no es unidireccional. Cada músico debe estar atento a lo que hacen los demás, ajustando su interpretación en función de lo que suena a su alrededor. Si alguien cambia de ritmo o introduce una variación inesperada, los demás responden de inmediato.

El líder debe fomentar un ambiente en el que sus colaboradores se sientan libres para proponer y probar ideas e iniciativas nuevas, y a la vez, mantener el enfoque en los objetivos comunes y estrategia establecida.

El error no detiene la música. Para generar un espacio de innovación en el equipo hay que enfrentar y vencer el miedo al error. En la sinfonía clásica, un error es una falla evidente. Una nota mal tocada rompe la armonía y arruina la ejecución. En el jazz, en cambio, el error es parte del proceso. Si un músico se equivoca, simplemente integra el error a la melodía, lo convierten en una variación inesperada y sigue adelante, nadie lo mira mal, ni se señalan culpables. Se corrige sobre la marcha y la melodía sigue. Menos miedo al error y más capacidad de aprender en movimiento. Así debería funcionar el liderazgo en tiempos de transformación, con menos control y más confianza. Equipos que comparten un marco claro (propósito, valores, objetivos), pero que tienen la autonomía para adaptar su ejecución según el contexto.

Un buen líder no es el que dicta cada paso, sino el que permite que la música fluya.

Si quieres sentir cómo suena el liderazgo en tiempos de cambio, escucha Take Five en la versión de Dave Brubeck Quartet. (O)