Recuerdo un hecho, repetido varias veces en mis años juveniles, que me persigue a veces en sueños, convirtiéndose en pesadilla. Estaba en bachillerato, dando examen de Matemáticas, primero era el examen escrito y luego, si aprobaba, pasaba a un examen oral donde tenía que exponer diferentes temas según el sorteo y las preguntas que me harían dos profesores de los tres del tribunal.

Cuando se tenía buenas notas del año, si el examen escrito lograba una buena nota no se daba el oral. Éramos alrededor de 40 estudiantes.

Todos esperábamos, fuera de la clase, los resultados de la primera fase con inquietud.

Salió el presidente de mesa, llamó a los 14 que aprobaron el escrito y luego me mencionó.

Srta. Curbelo, no sabemos cómo calificar su trabajo. Los resultados son correctos, pero no entendemos el razonamiento por el que llegó a ese resultado. Tiene que dar un examen oral y además explicarnos su procedimiento.

Entre el susto de no haber sido nombrada en el orden alfabético correspondiente y luego tener que explicar algo que yo misma no sabía cómo lo había hecho me quedé perpleja. Varias veces había resuelto así los problemas planteados. Leía con detenimiento y me daba cuenta cuál era el resultado final al que debía llegar. Ponía el resultado y luego inventaba la argumentación que permitía lograrlo. El camino que recorría para hacerlo no era en función de la lógica matemática, sino de la evidencia interior que me permitía sortear las dificultades de ese mundo desconocido de la lógica.

El juez que lo ordenó seguramente tendrá difícil explicar cuál fue la (...) norma que se violó...

Pero la lógica legal es aún más intrincada que la matemática… La exjueza Collantes, famosa por querer irse sin pagar de un restaurante, insultar y agredir a policías, autora de la frase ¿Quieres probar mi poder?, ganó una acción de protección, deberá ser restituida en su cargo, pagarle $ 200.000 que dejó de percibir en 72 meses sin trabajar y el Estado pedirle disculpas públicas.

El juez que lo ordenó seguramente tendrá difícil explicar cuál fue la coma, la frase, el retraso o apresuramiento, la norma que se violó para emitir una sentencia que defiende como legal, aunque no sea justa. Y estamos constatando colectivamente la verdad de su poder y quienes en la sombra lo sustentan.

Aquí también habrá que inventar el recorrido para que las leyes, las sentencias basadas en ellas no solo sean acordes con la norma, sino justas. Mucho por recorrer para lograrlo, mucho que crear para que el fin de respeto a la justicia, a los derechos humanos, tenga en cuenta no solo una lógica fría y rígida, sino que integre los valores que permiten vivir en comunidad.

Con el tiempo me he dado cuenta de que mi razonamiento no era descabellado, porque frente a la evidencia del resultado al que debía llegar, si no sabía el camino, lo buscaba utilizando los elementos a mi alcance y los conocimientos previos que podía tener.

Algo semejante debería hacerse con la aplicación de justicia en el país. Somos observadores, víctimas y a veces cómplices de algunas sentencias emblemáticas que están reñidas con un mínimo de sentido común y de justicia. Que lo legal sea también justo, que la justicia no se prostituya al mejor postor, ni se encierre en normas que impiden lograr aquello que sus profesionales juraron honrar, es por ahora tarea pendiente. (O)