Si viviera, “el mayor escritor mexicano nacido en Chile”, Roberto Bolaño, habría cumplido 70 años y nos habría regalado infinidad de obras nuevas, más allá de 2666, que quedó inédita cuando murió en 2003. Confieso que he llegado tarde a este autor enorme; y, apabullada por la desmesura de la novela cuyo nombre utilizo en esta columna, trato de entender las razones de su trascendencia. Que haya entrado con vigor en la literatura universal a partir de su traducción al inglés es un síntoma de que el mundo tiene una lengua franca que no podemos rebatir, y hoy, a los 35 años de su publicación, ya está en 40 idiomas.

¿Qué impulsa hacia adelante a sus más de 700 páginas? La respuesta es simple: la literatura. La vivencia de la literatura como una forma de vida y una pasión imparable, que se siente desde muy joven y que empuja a los letraheridos a búsquedas y revelaciones indispensables para ser y escribir. La pulsión creativa se parece al eros humano, a la fuerza libidinal que frecuenta abrazos y se desgaja en páginas, imparablemente. Los protagonistas, ubicados en México cuando todavía era D. F., integran un grupo literario, los real visceralistas, que se apartan de las tendencias de su época –las medianías de los 70–: izquierdismo poético o seguidores de Octavio Paz, para proponer una poesía que rompa momentáneamente con la realidad para emerger.

Ser poeta en ese tiempo y en ese ambiente exige, en primer lugar, una devoción por la vanguardia de los estridentistas de los años 20; y luego, un distanciamiento con cánones burgueses de vida que supongan formalidad, convencionalismos, horarios. Los jóvenes poetas se acogen en cafeterías y bares, en salas de exposición y aulas, y se infiltran en un hogar tan caótico como ellos para depredar comedores y lechos. Mientras tanto, escriben y escriben, buscan medios de publicación, leen a poetas franceses y centran toda la significación poética en una mujer de quien solo tienen el nombre.

A veces, las historias de los testigos son tan largas y compactas que constituyen verdaderos cuentos...

Lo extraordinario de la polifonía que compone Bolaño radica en la parte central de la novela, donde da voz a 54 personajes con la intención de manotear algo de los protagonistas, líderes del movimiento, siempre mirados y escuchados por interpuesta persona, que vagan por el mundo –París, Barcelona, Tel Aviv, Austria y otros lugares– como seres fugaces e inasibles, jamás hechos ni perfilados con atributos estables. Los conocedores de la novela han identificado los rasgos del autor que se van desgranando en esos pasos fantasmales, el dominio de la jerga mexicana en quien llegó a México a los 15 años, las infinitas referencias literarias en bocas de quienes viven dentro de la burbuja de la poesía –llámense Rimbaud, Paul Valery, Rosario Castellanos–.

A veces, las historias de los testigos son tan largas y compactas que constituyen verdaderos cuentos y entroncan con otros textos del autor (Bolaño trasladó a sus personajes de obra a obra). Pero no se crea que la dorada meta de la poesía se alcanza. Esta novela es, en mucho, la historia del fracaso de las ilusiones juveniles, la antropofagia de los talentos por la vida común. La poesía es un misterio, un hechizo del que no siempre queda huella, porque su persecución puede ser fallida. Todavía no hemos comprendido a quienes lo han sacrificado todo por ella, a los auténticos poetas. (O)