Los grandes abogados son los abogados admirables, y los abogados admirables son aquellos que lo entregan todo en el ejercicio de la abogacía, que se esfuerzan constantemente, que hacen de la profesión una labor que los llena; que si son servidores públicos se esfuerzan sobremanera para sacar adelante a la institución. Los grandes abogados disfrutan la abogacía, no importa dónde se desempeñen. Los grandes no insultan en los escritos judiciales ni son lambones. Los grandes no son corrompidos con discurso de honrados, no abusan de su posición, no son encantadores con los poderosos y maltratadores de los pobres; son humildes y sin poses; los grandes abogados comparten su sabiduría, en ellos está ausente la soberbia.
Miguel Carbonell, que es un gran educador, y creo yo un gran abogado, dice en su libro Cartas a un joven abogado que en un estudio realizado en EE. UU. sobre las cualidades prácticas de los mejores abogados se señalan, entre otros, los siguientes aspectos: 1) tienen gran capacidad de análisis y de razonamiento práctico; 2) son creativos e innovadores; 3) se enfocan en resolver problemas, no necesariamente a través del litigio sino de la vía que piensen que es más barata y más rápida para llegar a la mejor solución para proteger a los intereses de sus clientes; 4) se destacan por saber investigar los hechos de un caso concreto, de forma minuciosa; 5) son excelentes a la hora de hacer cuestionamientos o realizar entrevistas a las personas involucradas en un caso concreto; 6) son de una escritura pulcra, directa, clara y perfectamente comprensible; 7) son maestros de la planeación estratégica; 8) nunca dejan de explorar todas las opciones disponibles antes de acudir a un juicio, que es la vía última de resolución de conflictos; 8) tienen capacidad de trabajo en equipo.
Dice también Carbonell que “los rasgos de los mejores abogados son pasión y compromiso con su profesión; diligencia en la atención de los casos que llevan; integridad y honestidad a toda prueba; buen manejo de situaciones de estrés; así como una continua capacidad de aprendizaje, a lo largo de toda su vida profesional”.
Los grandes abogados, digo yo, conciben con nobleza el ejercicio de la abogacía; ven en la profesión un instrumento de ayuda a las mil y un situaciones que se producen en la vida; tienen muy clara la trascendencia de los valores en la sociedad, particularmente de la familia; le dan a su familia el espacio que necesita; no se lamentan del esfuerzo que deben realizar; no se enceguecen por el dinero; colaboran en la formación de sus colegas; comparten con generosidad sus conocimientos; se complacen del éxito de sus colegas; tratan bien a sus colaboradores; no son petulantes, como muchos lamparosos que andan por ahí y que se ganan el fastidio de la gente; no se creen más que los demás; no desprecian a las personas; tienen clara la importancia de “la fuerza del corazón”; superaron suficientemente frustraciones para hacer de la abogacía una luz que irradie el horizonte de muchas personas. En definitiva, los grandes abogados sienten la abogacía en el alma y la viven en cuerpo, alma y corazón. (O)