Una tarde en Quito salí a caminar por el parque que queda cerca del hotel. Varios me advirtieron que apenas oscurezca desapareciera de ahí porque asaltan. Eso hizo que el caminar fuera más alerta que placentero, mirando de reojo y esquivando desde lejos a los desconocidos. Me acordé de lo que dijo el secretario de Comunicación de la Presidencia: el problema de concentrarse en lo negativo es que si solo vemos estímulos negativos, nuestro cerebro estará en un estado de alerta constante que impedirá prestar atención a cualquier otra cosa.

Aparecieron entonces en mi cabeza las preguntas: ¿Seré yo? ¿Somos negativos en Ecuador? ¿Tenemos el sí dañado y el no flojo? Resignado, decidí salir del parque y entrar a un centro comercial que tiene una librería que acostumbro visitar cuando voy a la capital.

Es su reivindicación del pesimismo, transformándolo en una provocación que lo lleva a escribir. “Todos los libros que he escrito, han sido desde mis malestares, desde mis sufrimientos”.

Creo que por la situación se me vino el nombre de un pesimista por excelencia, un profesional de la desesperanza y la negatividad, Emil Cioran. Recorrí una y otra vez la sección de literatura universal. Perfectamente ordenada, pero sin rastros de Cioran. Busqué por orden alfabético, en la sección de colecciones; un pesimista buscando a otro pesimista, era lógico que no nos íbamos a encontrar. Bajé, pregunté a uno de los encargados, esperando una mala excusa, pero me llevó amablemente a la sección de filosofía. Ahí me topé con el libro Conversaciones, de E. M. Cioran, y entre esos diálogos, descubrí uno con Fernando Savater: “Escribir para despertar”, publicado originalmente en el diario El País del 23 de octubre de 1997. Ahí, respondiendo a Savater, Cioran dice: “Soy una mezcla de húngaro y rumano. Es curioso, el pueblo rumano es el pueblo más fatalista del mundo. Cuando yo era joven, eso me indignaba. Pues bien: cuanto más avanzo en edad, más cerca voy sintiéndome de mis orígenes. Tras una existencia en que he conocido bastantes países y leído muchos libros, he llegado a la conclusión de que era el campesino rumano quien tenía razón. Ese campesino que no cree en nada, que piensa que el hombre está perdido, que no hay nada que hacer, que se siente aplastado por la historia. Esa ideología de víctima es también mi concepción actual”.

Jóvenes y violencia

Es su reivindicación del pesimismo, transformándolo en una provocación que lo lleva a escribir. “Todos los libros que he escrito, han sido desde mis malestares, desde mis sufrimientos”.

Empiezo a cuestionarme sobre el juicio de valor que les endosamos a lo negativo y el pesimismo. Hablar sobre lo negativo despierta, nos pone atentos, pero tal vez, transformar lo negativo en un relato social colectivo permanente podría enceguecernos, llevarnos a la emoción del miedo, la rabia y el resentimiento. Las personas construimos una idea del mundo influidos de una manera directa y mensurable por la información difundida por los medios, líderes de opinión y redes. Ante esto, ¿deberían hacerse cargo ellos de la realidad que generan con sus agendas? ¿Se ha priorizado la libertad por sobre la responsabilidad? Me pregunto, sin tener una respuesta clara. (O)