Los países no se fundan por una declaración burocrática, sino porque, en un proceso que no concluye jamás, selectos seres humanos lo piensan e imaginan, para plasmarlo luego en relatos que lo describen, en imágenes que lo retratan, en estudios científicos, en exploraciones. Las naciones son ante todo la proyección de un concepto. Entre el puñado de creadores que contribuyeron de esta manera a inventar el Ecuador está Luis A. Martínez Holguín, ambateño nacido en 1869 y muerto apenas cuarenta años después. A pesar de la brevedad de su curso terrenal, su contribución fue asombrosamente rica, tanto por la diversidad de su actividad, como por la calidad de su aporte. Es más conocido como novelista, y es justa es preminencia, porque su obra A la Costa es una “pragmatopía”, es decir, la descripción de un lugar real, de su país megadiverso y del proceso de su edificación. Dimensión ética que no ha sido alcanzada nunca en la narrativa ecuatoriana. Novela histórica, con entramado sociológico, detalles psicológicos y detalladas descripciones geográficas y botánicas. En pura literatura es una estupenda novela, de estructura sencilla y lectura amena. Se la he dado a leer a jóvenes y les ha gustado. Texto fundacional cuya difusión debería ser tarea nacional.

Hombre práctico, además de ser un vigoroso emprendedor agrícola, fue un político que llegó a ser ministro de Estado y senador, funciones en las que ni siquiera pensaría cuando tomó las armas para participar en las batallas de la Revolución Liberal.

Hablemos del eximio pintor Luis A. Martínez. Él se definía como “profundamente realista” y lo era, pero su estilo supera el impresionismo, al que había llegado más presionado por las exigencias de la pintura de paisaje que por ninguna moda o escuela. Es ciertamente la cumbre en que culmina el paisajismo romántico ecuatoriano del siglo XIX, pero más que eso su obra es un auténtico mapa emocional del país. Gran parte de estos riscos, pajonales y selvas que aparecen en sus cuadros los vio en sendas que recorrió personalmente, siendo como era miembro de una familia de ilustres exploradores, andinistas y científicos. Ahí está A la Costa en versión plástica. Era un trazador de caminos, como escritor y pintor. Y como no era un mero soñador soñó un camino y lo abrió: el ferrocarril al Curaray. ¿Demasiado sueño o es que una posteridad cicatera no lo supo continuar? Hombre práctico, además de ser un vigoroso emprendedor agrícola, fue un político que llegó a ser ministro de Estado y senador, funciones en las que ni siquiera pensaría cuando tomó las armas para participar en las batallas de la Revolución Liberal. Decepcionado por Eloy Alfaro expresaría su enojo en un singularísimo desafío mortal: “Ud. es cardiaco, yo soy tísico, vamos a ver quién muere primero”. El escritor fallecería antes y no será un accidente cardiaco la causa de la atroz muerte del caudillo dos años después.

El Museo Nacional MUNA y el Ministerio de Cultura han tenido el acierto de reunir una muestra significativa de la parca obra de Martínez, curada por Martín Jaramillo. Contemplar estas pinturas asombrosas y fotografías que ayudan a entender su narración es una oportunidad que no se repetirá en muchos años. Se concluye el recorrido con la sensación de haber entendido mejor esto que llaman Ecuador. Sería, por tanto, instructivo e importante que pueda verse en otras ciudades del país. (O)