Un reciente reportaje en EL UNIVERSO, titulado ‘Teleducación en Ecuador: Estudiantes que hoy evaden los controles serían los corruptos del mañana’, me recordó varias preocupaciones compartidas con otros docentes universitarios en cuanto a la preparación académica de los estudiantes de esta época de ‘nueva normalidad’.

Es por todos conocida la tan arraigada costumbre de pasarse de listo (coloquialmente: ser avivato), que caracteriza a una gran parte de los ecuatorianos. Mantenerse dentro de los límites de la honestidad y de las leyes creadas para el buen vivir en comunidad, es casi una rareza. Si no se aprovecha la ‘oportunidad’ para obtener lo que se desea, así sea engañando o transgrediendo las normas establecidas, posiblemente se será señalado como ‘tonto’. Muchos niños crecen en un ambiente donde sus familiares están acostumbrados a evadir obligaciones e incumplir reglas, engañándose a sí mismos y a los demás. En ese entorno podría asumirse que engañar ‘no es tan malo’, si lo que se va a conseguir es bueno y es para propio beneficio. Se aplicaría entonces la frase “El fin justifica los medios”, para permitirse tales libertades. No respetar los turnos, parquearse en lugares no permitidos, hacer caso omiso de las señales de tránsito, tener conductas antihigiénicas o que van contra el medio ambiente son unos pocos de los malos ejemplos que los jóvenes aprenden de sus progenitores.

La teleducación nos ha puesto a prueba en muchos aspectos. El avance tecnológico ha permitido que podamos acceder simultáneamente a múltiples datos desde cualquier dispositivo electrónico. Podemos, al mismo tiempo, tener abiertas las pantallas de la computadora, de la tableta y del teléfono celular, cada una con diferente información. Si rendimos una prueba de conocimientos en la actual educación en línea, bien podemos buscar respuestas por otra ventana del dispositivo que estamos utilizando o entre nuestro grupo de compañeros a través del teléfono móvil. También podemos rendir la prueba acompañados de alguien que nos ayude, o se puede falsear la identidad o apagar la cámara. En esos casos, no se están evaluando los conocimientos sino la agilidad y la destreza de poder eludir el control y engañar.

Es una triste realidad, pero para algunos estudiantes es más importante aprobar que aprender. Bajo esa consigna conformista del mínimo esfuerzo, los jóvenes van creciendo y repitiendo conductas deshonestas que se irán convirtiendo en hábito de vida. Existen programas que evitan el fraude y la copia en las evaluaciones y que garantizan la identidad del estudiante, pero no todas las instituciones educativas los poseen.

Nos quejamos de la corrupción y de la falta de honestidad de nuestros políticos, de nuestras autoridades, de los servidores públicos o privados, y no hacemos conciencia de cuánto pueden influir nuestras propias acciones en el comportamiento de nuestros hijos y de quienes nos rodean.

Actuar engañando a otros se va aprendiendo desde pequeñitos y en pequeñas cosas, luego se transforma en hábito y, de ahí a la corrupción, ya no hay trecho alguno. (O)