Hace cinco años Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, miembros de un equipo periodístico de El Comercio, fueron asesinados. Habían llegado a Mataje, en ese entonces la zona caliente de la frontera entre Ecuador y Colombia, en donde desarrollaba sus operaciones criminales un grupo disidente de las FARC. Fueron secuestrados, encadenados y obligados a transmitir exigencias al Estado ecuatoriano. En ese entonces, yo ejercía como reportero. A los tres los conocí en esos años, en las coberturas, las ruedas de prensa, las audiencias judiciales, en fin, los acontecimientos de la vida pública. Hace cinco años cubrí una de las historias más desgarradoras de lo que fue mi carrera periodística: el asesinato de Ortega, Rivas y Segarrita. Un crimen brutal contra la libertad de expresión en la triste historia del periodismo en América Latina.

A cinco años del secuestro y asesinato de los periodistas de El Comercio, el caso sigue impune; las agresiones a comunicadores se recrudecen

El 17 de diciembre de 1986, Guillermo Cano Isaza fue asesinado por sicarios al servicio del cartel de Medellín en las inmediaciones del diario al que le había dedicado su vida, El Espectador. Era considerado el decano del periodismo colombiano. Jamás dudó a la hora de denunciar e investigar a Pablo Escobar, el narcotraficante que había implantado el terror en su país. Luego del asesinato de su director, el diario siguió indagando, por lo que el 2 de septiembre de 1989, un carro bomba estalló junto a la redacción con 135 kilos de dinamita, destruyendo gran parte de las instalaciones. Para esas fuerzas oscuras la labor periodística constituía una implacable amenaza.

A lo largo de la historia, periodistas, escritores e intelectuales de América Latina tuvieron que partir al exilio y al ocultamiento para cuidar su integridad. El pensamiento crítico es peligroso e históricamente ha sido perseguido por todo tipo de enemigos: las teocracias religiosas, las dictaduras militares y civiles, los populismos autoritarios, el crimen organizado, o los poderes políticos y económicos que cuidan intereses particulares. La tradición del periodismo ecuatoriano no ha estado exenta de acontecimientos oprobiosos, más bien fue marcado así desde sus inicios: Eugenio Espejo conoció la prisión, así como Juan Montalvo vivió la errancia y el destierro. El periodismo es desestabilizador, increpador, molestoso.

Ya en la época del asesinato de los periodistas de El Comercio, se estaba gestando una voz incisiva y lúcida en el periodismo ecuatoriano, caracterizada por el rigor, la curiosidad y la capacidad de asombro. El horror de aquel crimen evidenció la urgencia de un periodismo profundo, valiente, sin verdades antedichas, diáfano. El periodismo investigativo de Karol Noroña crecía silencioso en el nuevo contexto del país, desgraciadamente ominoso, pero lo hacía con pasos seguros a fin de escarbar en los más complejos asuntos de la seguridad nacional y los derechos humanos. Quizá la contundencia de sus reportajes ha radicado en que es de las periodistas que no buscan en una cobertura ratificar sus prejuicios, sino iniciar cada investigación sabiendo que se tiene todo por aprender, porque cada historia tiene una singular complejidad y una particular forma de explicar el mundo, como el más intrincado de los misterios. Ella no ha estado con ningún gobierno o partido, ha sido crítica de todos, ha sido periodista cada día, cada minuto y segundo.

Pocas voces han sido tan necesarias para que la sociedad ecuatoriana conociera la descarnada realidad carcelaria, como reflejo de un Estado descompuesto y de los altos niveles de violencia que estructuran, con horror, el día a día del Ecuador. Gracias a Karol miles de mentes cerradas entendieron que los problemas de los privados de libertad son de todos los habitantes del país, y que la precariedad y vulnerabilidad en que sobreviven dan cuenta de una sociedad que se disuelve lentamente en la desidia, la ineptitud y el crimen. Ante esas calamidades, y pese a la vulnerabilidad de las condiciones, ella se ha decantado por una de las más humanas formas de resistencia: la escritura.

El 24 de marzo pasado, GK, el medio en el que trabaja Karol, anunció que la tuvieron que sacar del país en un operativo de seguridad y emergencia por el riesgo que corría su vida. Hubo una amenaza a su labor periodística y a la libertad de expresión en el Ecuador, en un contexto en el que no existen garantías para continuar informando y escribiendo lo que Phil Graham consideraba el borrador de la historia. No es solamente la libertad de expresión de Karol la que ha sido afectada, sino la de toda la sociedad ecuatoriana, que tiene derecho a recibir y conocer la información que ella genera, como lo hacen tantas otras voces. No es la primera vez y no será la última que veamos estos ataques, que no detendrán la brillante carrera de Karol Noroña, ni la urgencia de más, mucho más, periodismo. (O)