El año 1968 fue un año especial para los que estaban decididos a levantarse. Para la banda musical más grande del siglo XX fue un año en el que aún existían como grupo, aunque no sería así por mucho tiempo más. Blackbird es una canción que vio la luz precisamente en 1968, en el White Album. Fue escrita por Paul McCartney tras el viaje fundamental que hicieron los Beatles a la India. Dijo que la letra se inspiró en el llamado que le hizo un pájaro tordo de Rishikesh, ciudad puerta de peregrinación beatífica al Himalaya.

‘Now and Then’

El Estadio Nemesio Camacho El Campín, de la capital colombiana, está repleto el 1 de noviembre. Varias generaciones se mezclan en su graderío para escuchar al hombre de 82 años que escribió en 1968 Blackbird y varias de las canciones inolvidables de la historia de la música. Paul McCartney se desplaza sobre el escenario entre distintas clases de guitarra, piano, incluso un ukelele con el que rinde homenaje a George Harrison, para quien toca y canta la canción Something. Si bien en el repertorio hay mucho de su producción como solista, encuentra el espacio y el ánimo para dar rienda suelta a la nostalgia: vuelve una y otra vez a los cuatro niños de Liverpool, los que cantaron a Eleanor Rigby y transitaron, pajaritos livianos como el aire, sobre Penny Lane. En las multitudes hay lágrimas cuando canta canciones como Let It Be o Hey Jude y algo que se parece al regocijo. Los pájaros de la memoria sobrevuelan Bogotá.

Nietzsche pensaba que el mundo sin la música sería un error. Para muchas personas a lo largo de estas décadas el mundo sin los Beatles sería un error. Su fuerza creativa nacía de la vida cotidiana, así como de su profunda conciencia de que la vida humana es frágil. Dicen que la primera vez que los cuatro de Liverpool iban a separarse fue cuando John Lennon perdió a su madre y cayó en un pozo oscuro. McCartney, que había perdido a la suya a sus 14 años, fue su sostén. A veces es un tercero el que repara nuestras articulaciones. A veces son un puñado de canciones esenciales. A veces es un viaje o la contemplación de una cadena de montañas. Con ellos hay un antes y un después en la cultura occidental. Quizá porque aquello que los unía fueron las pérdidas (aunque terminaron perdiéndose entre ellos). Y también aquello que los unía era la capacidad de volver a desplegar las alas.

“Me golpeó tanto que realmente no podía hablar de eso”, dice Paul McCartney al recordar muerte de John Lennon

Cuando en 2014 visitó Quito, yo me encontraba en Barcelona. Durante muchos años pensé que jamás iba a tener la oportunidad de cantar con el último resplandor de la banda sonora de mi vida. Luego fui a la India y descubrí que, en efecto, los viajes que hacemos en nuestra juventud nos marcan. Pájaros mirando horizontes. En esa ocasión la India me contribuyó con un sentido contemplativo y de calma. Era la misma voz que me cantaba en la infancia. La de Lennon y McCartney. La de mi padre que los amó siempre. Y en el Campín de Bogotá, años después, escuché la voz de John Lennon y vi su rostro joven, en una gran pantalla, cantando como en el ayer (suddenly) con McCartney. Y juntos estaban felices. Quizá porque todos, como pájaros, vivimos a la espera de ese momento en el que finalmente levantaremos las alas. (O)