Semanas de enclaustramiento, de vergüenza política, que se transmuta con un esfuerzo, mi siempre postergada lectura de la Metafísica, de Aristóteles. Maratón del pensamiento que se ha de emprender cuando se tiene aún la memoria y el entendimiento dispuestos, no a esta edad en que se perciben ya las luces del ocaso. No se puede decir que se es aristotélico, en el sentido de seguidor de las doctrinas del Estagirita, llamado así por ser nacido en Estagira, si no se ha leído este libro cuya densa materia me hacía sentir a veces como que leía directamente en griego, lengua que desconozco. El haber conseguido un ejemplar de la excelente edición de Gredos fue el disparador que me impulsó a emprender esta aventura.

Descifrarla se complica por una azarosa historia editorial. El título es producto de una coincidencia. Aristóteles nunca usó la palabra “metafísica”, fue su seguidor Andrónico de Rodas, quien llamó así al conjunto de catorce textos que agrupó un poco desordenadamente después del volumen de Física. La palabra se refería a esta circunstancia de encuadernación, pero de alguna manera coincide con la materia tratada: “Lo que es, en tanto es”, el análisis de todos los entes existentes despojados de toda diferencia. Permítanme explicarlo con una parábola tosca: ¿en qué se parecen un ser humano, un centauro y un planeta? En que son, son seres. Parece que el filósofo pretendía llamar a esta reflexión “filosofía primera”, pero al no haber un título explícito ha prevalecido el útil término forjado por Andrónico. Hay dos temas fundamentales, el uno es la llamada ontología, palabra moderna y no aristotélica, que trata específicamente del ser. El otro es el estudio del ser que es causa de que los otros seres sean, o sea, es una teología de la que luego se extraerían las “pruebas racionales” de la existencia de la divinidad.

Este libro no fue escrito para publicarse, sino que es un agregado de las notas que Aristóteles usaba para instruir a sus discípulos mientras caminaban por el jardín del Liceo. Él fue pupilo del gran Platón en su famosa Academia, buena parte de la Metafísica está destinada a rebatir a su maestro, quien consideraba que los seres son porque en un lugar celestial existen las “ideas” y todo ser es una proyección imperfecta de su modelo perfecto en el mundo ideal. Para el discípulo disidente, las cosas son en el mundo real y las ideas se crean a partir de los seres individuales. Parecen discusiones ociosas, pero si se consideran, por ejemplo, las obras políticas de estos dos gigantes: La república, de Platón, y La política, de Aristóteles, vemos que ocurren si se concretan las especulaciones metafísicas. El maestro propone crear una aristocracia todopoderosa y “sabia” que impondría la idea de un Estado perfecto. Su alumno se desvía y propone una república, en donde la mayoría gobierna en beneficio de todos. En el uno se implanta un Estado ideal, en el otro los seres humanos, los individuos, crean el suyo buscando su felicidad. Todo esto lo expone el Estagirita con una lógica demoledora, a veces complicada de seguir, pero llena de ideas luminosas que alumbran el escarpado camino de la lectura de la Metafísica. (O)