Empecemos con las dos primeras acepciones del diccionario de la RAE: “Feo: 1.- Desprovisto de belleza y hermosura. 2.- Que causa desagrado o aversión”. Este escrito es personalísimo y expone criterios que pueden desagradar. No voy a referirme a la fealdad como lo hizo Humberto Eco en su Historia de la fealdad, porque casi lo expone todo, pero sí a costumbres y cosas que veo en lo cotidiano. El señor Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, se presenta siempre con el pelo alborotado, despeinado, como recién salido de la cama. No es el único. En la televisión aparecen con frecuencia personajes de distinto cariz que parece se jactan de su apariencia descuidada. Alguna figura local, muy respetable, aparece con el pelo desgreñado, a propósito, porque en el pasado se veía muy atildada y bella. La moda de los tatuajes no declina. Poco limpio se ve a un buen señor que cocina con los brazos llenos de tatuaje que a primera vista parecen estar muy sucios. Tampoco me parecen hermosos los pantalones con huecos que simulan pobreza o estudiado descuido.

Desde los días de políticos populistas que mostraron con exageración sus pésimos modales he sostenido que las figuras públicas dan ejemplo y deben enseñar al pueblo a comportarse porque a fin de cuentas también son profesores. Otra cosa pueden ser sus costumbres y criterios personales y en esto debe haber una clara diferencia entre cómo se presentan en público y sus apetitos o creencias personales, cuya libertad hay que respetar hasta el fin. En sus casas, que anden desnudos si les gusta.

No me agrada lo feo, lo desgreñado. Cuando una persona se jacta de actuar como le place, “porque yo soy así”, me parece que se cree perfecta y que no puede cambiar ni ser de otra manera. En su arrogante estupidez, se considera ejemplar.

Amo a las personas y las cosas bellas. El modelo de perfección física, en la estatuaria, por ejemplo, ya fue fijado por Policleto por los años 450 antes de Cristo. Vitrubio estableció las proporciones, siglos más adelante. Por tal razón, desde hace muchos siglos las personas admiramos la belleza, la armonía y la perfección. Lo feo es su antítesis.

Me pregunto si esta moda de lo feo es un trasunto de la decadencia que se nota en nuestros trágicos tiempos, donde parece haber desaparecido la belleza moral, ahogada en la corrupción de las costumbres, en el narcotráfico, en los latrocinios de los codiciosos que no trepidan en cometer cualquier delito para tener dinero. Parece que nada es respetable, ni siquiera los enfermos y los muertos porque se trafica también con el dolor y las medicinas. Para resucitar una expresión, ¿son los signos de los tiempos?

Tenemos que recordar siempre lo esencial de la ética kantiana: actúa siempre como si fueras un modelo para los demás. No pido elegancia, ni trajes de marca. Solo pido considerar que las figuras públicas son, por su misma condición, modelos del pueblo. Aspiro a que respeten a las mayorías que observan, muchas veces con desagrado, a sus autoridades y personajes a quienes no les importa cómo los vean los demás. Son modelos que siguen los otros porque tendemos a imitar. Por algo nos dicen monos. (O)