Ocurrió en la ciudad de Manta, finales de julio de 2015. Incómodo por preguntas sobre el porqué del color rojizo que mostraba el río Burro, que atraviesa el puerto y balneario más importante de Manabí, y del que emanaban desagradables olores, el entonces alcalde, Jorge Zambrano, mandó a los ciudadanos, a través de periodistas que lo entrevistaban, a “comer flores” para que no oliera así.

El intento fallido de ironizar con tan sensible tema ambiental se resume en la frase del alcalde, que luego la justificó como referencial y no figurada: “Los malos olores de las aguas residuales son producto de los excrementos que nosotros como seres humanos botamos todos los días en nuestros hogares. Si queremos que huela rico, entonces comamos flores”.

Guayaquil, 23 de marzo de 2023, cerca del mediodía. En la Corporación Ciudadana de Seguridad, la alcaldesa saliente Cynthia Viteri habla ante una prensa ávida por conocer paliativos para la inundación con la que amaneció la ciudad y que era ya recurrente con o sin lluvia, por el cambio climático y los desperdicios arrojados a las alcantarillas, como ella reiteraba en su explicación. Al finalizar, Viteri, en tono jovial, sugirió a los periodistas que “se vayan nadando” de regreso a sus medios, o casas. La frase se convirtió enseguida en ruido.

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‘Esto es similar a lo que nos sucedió en 1982 y 1998; es un evento así de grande y fuerte que puede repetirse desde esta noche al sábado’, dice Cynthia Viteri

Escucharla me recordó aquello del comer flores para que el río Burro oliera bien, y un sinnúmero de fracasados momentos de ironía protagonizados por políticos que no terminan de aceptar que no a todos ellos ese recurso les va bien, así como tampoco es aplicable a todo tema. Menos cuando muchos de los ciudadanos a los que sirven, así sea en los últimos días de su administración, amanecieron con el agua hasta las rodillas y desesperados porque los artefactos, producto de su esfuerzo, se malograban ante sus ojos por el agua que crecía y crecía en medio de una tormenta invernal que para ellos fue eterna.

Ambos ingredientes, timing y empatía, faltaron. Como ausente estuvo su recipiente: el sentido común.

El timing, que en español significa el manejo de los tiempos, es una pieza clave de la comunicación efectiva y coherente. La empatía, otra pieza fundamental, lo es igualmente para quienes, por encargo de esos mismos inundados o intoxicados por el mal olor, dieron su voto para que el funcionario esté en el sillón de mando de las ciudades en los casos descritos.

Ambos ingredientes, timing y empatía, faltaron. Como ausente estuvo su recipiente: el sentido común. Y son de tan sencilla aplicación: no reír cuando se trata de la pérdida y el sufrimiento del otro; ponerse en los zapatos de ese otro para entender la dimensión de lo que está pasando en su mundo chiquito, donde el daño de un refrigerador por haberse mojado su motor se vuelve una catástrofe familiar, por su apretada realidad económica.

Los dignatarios y funcionarios públicos, y ocasionalmente los privados, deben saber que, cuando el timing es comunicacional, la actitud y el mensaje deben estar alineados con la sensibilidad que el otro tiene del problema. Muchas veces eso puede caer en el vicio de decir solo lo que el otro quiere escuchar; pero hasta eso, que navega en el engaño, podría ser menos hiriente aún que la ironía mal empleada. (O)