Ya vamos a cumplir tres meses desde aquel terrible día en que el grupo islamista extremista —o terrorista, llámelo como quiera— Hamás llevó a cabo una masacre contra 1.200 personas y secuestró a 250 personas en suelo israelí. Este fue un hecho espantoso, repudiable y condenable. A partir de allí, el mundo comenzó a ver una guerra que se está convirtiendo en un genocidio perpetrado por el Gobierno y las Fuerzas Armadas —o sionistas, llámelos como quiera— del Estado de Israel, donde, de momento, han sido asesinados alrededor de 20.000 y heridos aproximadamente 60.000 palestinos. ¿Qué nos ha mostrado esta guerra al resto del mundo?

Lo primero que quiero destacar es el doble estándar de los actores políticos a nivel global. Desde los Estados hasta los medios de comunicación poderosos han hecho muy poco —o mucho desde la inacción— para parar la masacre. Desde el ámbito político, es inhumano el veto del representante de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas para aprobar un cese al fuego entre las partes en conflicto. Quisiera decir que es injustificable, pero sabemos que en las relaciones internacionales lo que priman son los intereses de Estado desde el punto de vista geopolítico, por lo que ahí yace la explicación de esa decisión diplomática. ¿Sanciones para la parte del conflicto que comete el genocidio? Ni hablar.

Como segundo punto para reflexionar, hay que resaltar lo fácilmente manipulable que es la sociedad civil y la opinión pública mundial. Mientras esta tragedia sucede, me puse a pensar en por qué la reacción de la sociedad civil y medios de comunicación ha sido tan tibia, y recordé otras ocasiones en que sucedió lo contrario. Por ejemplo, luego de la invasión de Rusia a Ucrania en el 2022, agresión condenable también, se generó una campaña mediática (#StandwithUkraine), se sancionó a deportistas rusos, se incluyó la bandera de Ucrania en lugares públicos, etc. Otro ejemplo: cuando se dieron los ataques yihadistas que asesinaron a 130 personas en varios lugares de París en el 2015, el mundo se puso de filtro la bandera francesa y gritó al unísono #JeSuisParis.

¿Han visto alguna campaña mediática sistemática con la bandera de Palestina y un mensaje tipo #JeSuisGaza? La respuesta es ‘no’. Ha habido algunos grupos activistas y manifestaciones sociales, pero que no llegan a insertarse en la agenda de forma medianamente estable. Y en realidad, desde nuestra posición marginal de país periférico en la geopolítica mundial, tenemos nula influencia en ese conflicto (lo siento, vicepresidenta Abad: fracasará). Por ahora, entre lo poco que podemos hacer es compadecernos, solidarizarnos, donar a las organizaciones que prestan ayuda humanitaria en Palestina y tomar conciencia de que estamos siendo testigos del horror de un genocidio frente a nuestros ojos, mientras impávidamente celebramos Navidad, intercambiamos regalos, nos tomamos fotos y las presumimos en las redes sociales.

No puedo imaginar el sufrimiento y el dolor de las familias desmembradas y desplazadas en estos días del año. No hay derecho de celebrar nada en el mundo. No hay felices fiestas en Palestina. (O)