El título de esta columna se inspira en una anécdota compartida por la escritora argentina Claudia Piñeiro durante la ceremonia de inauguración de la reciente Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Piñeiro relató que mientras esperaba en su automóvil durante un viaje una niña se acercó y les dijo: “¿No tienen un librito?”. Desde entonces, la autora siempre viaja con ejemplares en su vehículo. Este detalle nos permite pensar en la valiosa presencia de los libros en nuestras vidas.
Durante su discurso, la autora también compartió reflexiones sobre la lectura y subrayó la importancia de contar con el apoyo del Estado para garantizar lo que ella denominó el “derecho a leer”. Además, enfatizó en la necesidad de contar con mediadores, profesores o padres, que contagien un genuino amor hacia la lectura. Idea que va de la mano con el pensamiento de la experta en lectura Michèle Petit: “La lectura es un arte que, más que enseñarse, se transmite”. En este sentido, un lector nace porque tuvo la suerte de contar con una experiencia generosa y con vías libres de acceso a los libros.
En Ecuador existió el Plan Nacional del Libro y la Lectura José de la Cuadra, acompañado de valiosos lineamientos sobre el horizonte del libro en el país. Los tambos de lectura fueron un componente medular donde mediadores de lectura acercaban al público a textos literarios variados y con metodologías atractivas. Vivir en países con crisis económicas permanentes, como el mío, es comprobar cada tanto que los ajustes presupuestales afectan la cultura, pues se priorizan los sectores esenciales. En este sentido los ciudadanos debemos exigir a nuestros Gobiernos que definan la lectura como una práctica cotidiana que debe garantizarse obviando razones simplemente utilitaristas, pues muchos todavía piensan que la lectura es una demanda secundaria.
¿Cómo podemos garantizar un acceso libre y amplio a los libros? Primero, definiendo estrategias sólidas y fortaleciendo todos los componentes involucrados en la formación de lectores. Las redes de bibliotecas desempeñan un papel fundamental. Son medios de encuentro a una variedad de textos y actividades relacionadas con la lectura. Deben ser concebidas como entidades vivas que evolucionan y se adaptan a las necesidades cambiantes de la comunidad.
(...) es imprescindible invertir en quienes construyen puentes hacia la experiencia vital de la lectura.
El rol del mediador es indispensable. Los libros tienen el poder de enamorar a quienes los leen, pero esto a menudo sucede gracias a la labor generosa y entusiasta de quienes abren caminos y acompañan a lectores en su viaje literario. Los padres y docentes también son un puente fundamental en dicha labor, pero no todos los niños y jóvenes tienen la suerte de contar con alguien que les haya mostrado el vasto mundo de los libros. Por lo tanto, es imprescindible invertir en quienes construyen puentes hacia la experiencia vital de la lectura.
El derecho a leer implica la necesidad de establecer políticas públicas que protejan el circuito de lectores, mediadores y editoriales. Los festivales, encuentros y ferias de libros son componentes que acompañan dichos fines. Lástima que los candidatos presidenciales no contemplen en sus planes de gobierno estrategias claras y visibles sobre estos temas. (O)