Vivimos en una época en la que es común escuchar que los tiempos están difíciles, que todo va para peor. Se repite como un lamento, como si los tiempos fueran una fuerza ajena, intocable, inmodificable. Como si no tuviéramos nada que ver. Pero hace más de mil quinientos años san Agustín de Hipona –uno de los grandes pensadores de la historia– escribió una frase que hoy resuena con más vigencia que nunca: “Los hombres dicen que los tiempos son malos, que los tiempos son difíciles: vivamos bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos: así como nosotros somos, son los tiempos” (san Agustín, sermón 8,8).

No se puede decir mejor: los tiempos no son algo externo. Somos nosotros. Y si queremos que cambien, primero debemos cambiarnos. Porque no hay época que se transforme sin personas que se transformen primero.

San Agustín escribió esas palabras en un momento de crisis. Vivía en una época convulsa, marcada por el colapso del Imperio romano, la desintegración de valores públicos y la inseguridad. Pero su mirada no se quedó en la queja ni en la nostalgia. Lo que planteó fue un giro radical: que el cambio empieza por dentro. Que los tiempos no son entes autónomos que nos arrastran, sino reflejos de lo que somos. Si los tiempos son oscuros, es porque hemos dejado apagar la luz en nosotros. Y si queremos un tiempo nuevo, debemos ser personas nuevas.

La historia lo demuestra. Los grandes avances no han surgido en contextos cómodos, sino de personas decididas. No fueron épocas fáciles las de Mandela, Churchill, Martin Luther King o Teresa de Calcuta, entre otros. Lo que hizo la diferencia fue cómo eligieron vivirlas.

Por eso, el verdadero liderazgo no se ejerce cuando todo está a favor, sino cuando el viento sopla en contra, cuando hay incertidumbre, cuando se necesita coraje. Y ese liderazgo no está reservado solo a los presidentes o a los grandes nombres de la historia. Se ejerce en casa, en el trabajo, en la comunidad. Se ejerce cada día.

Hoy Ecuador no necesita más quejas ni resignación. Necesita convicciones, carácter. El mundo no se transforma con lamentos, sino con acción, con ejemplo, con coherencia. No necesitamos más diagnósticos, sino personas que estén dispuestas a ser parte de la solución. Que no solo analicen los tiempos, sino que los moldeen.

Si queremos mejores empresas, construyámoslas. Si queremos un mejor país, vivamos con integridad, con compromiso, con visión. Si queremos un mejor Gobierno, cambiemos lo que haya que cambiar. Si queremos menos pobreza, seamos más solidarios. Si queremos ser mejores profesionales, aprendamos. Si queremos justicia, empecemos por actuar con equidad. Si queremos paz, sembremos respeto. Los tiempos no mejoran por decreto. Mejoran cuando nosotros lo hacemos.

No somos espectadores pasivos: somos coautores de este presente. Aunque no podamos controlar todo lo que sucede, sí podemos decidir cómo ser, cómo actuar y cómo influir.

Ese es el poder que tenemos. Y también nuestra responsabilidad. Porque al final, como dijo san Agustín, nosotros somos el tiempo. Y si decidimos vivir mejor, los tiempos, inevitablemente, serán mejores. (O)