Mamá, ¿quién es el distinguido señor que se parece al capitán del Titanic?, preguntó Dani mientras asistíamos a un evento en la Universidad Casa Grande. No tuve que voltearme para saber que se refería a Pancho Huerta, quien a la fecha presidía el Consejo Consultivo de la UCG. Le conté a mi hijo algo de su historia y cómo esta se vinculaba a la mía porque, alguna vez, mientras debatíamos ideas ‘robustas’ (una de sus palabras favoritas), Pancho había comentado que, siendo un joven médico, visitaba a mis tíos abuelos en su casona de Aguirre. Por ahí me había visto corretear.

... que la política nunca lo puede todo y los políticos menos; que había que comprometerse con la posibilidad de un futuro.

Desde la década de los 80 coincidiríamos en reuniones tan variadas como fueron los importantes roles que este hombre honesto y osado, notorio y notable, brillante orador e incansable patriota, ejerció en su trajinada vida. Porque Pancho –así lo manifestó A. Dahik en la sentida despedida– tenía “angustia por la Patria”. Eso lo llevó a ser líder estudiantil, político, diplomático, académico, periodista, maestro.

Que había que defender la libertad y los derechos de todos, nos urgía. Que teníamos que replantear el rol de la educación superior; que había que reestructurar el sistema de salud; que era vital sostener la democracia; que el país había devenido en un narco-Estado; que no podíamos vivir como habitantes con cédula; que había que participar en grupos cívicos y anticorrupción; que se necesitaban más héroes en la patria; que no era opción sucumbir a la desesperanza; que la política nunca lo puede todo y los políticos menos; que había que comprometerse con la posibilidad de un futuro.

Sus cañonazos de Expreso y sus intervenciones en foros y entrevistas eran frontales y convocaban a la acción, cualidad vibrante de su liderazgo visionario. Convencido del papel de las mujeres para inscribir la historia, Pancho organizó, hará una década, un suplemento en Expreso que tituló Nuestras Mujeres, en el que diez guayaquileñas compartíamos nuestros pensamientos sobre política, liderazgo, educación y otros. Poco después, Pancho y don Galo Martínez me invitaron a escribir una columna en Expreso, la cual mantuve por unos años y por lo que estaré siempre agradecida.

Como colegas en la Universidad Casa Grande, trabajamos juntos en el proceso de planificación estratégica 2011-2016, en la reforma estatutaria, en la concepción de la revista Ventanales, entre varias actividades, que matizaba con humor inteligente y una mirada traviesa. Asentía mis propuestas con su clásico movimiento de cabeza, diciendo en voz baja: “Eso, eso”. Y confieso que, si tuve un aliado fundamental para llevarlas a buen puerto, ese fue Pancho.

Soy una mujer a quien los sentimientos le llegan tarde. Hoy recuerdo aquellas pequeñas cosas que cantaba Serrat, asimilando su partida. Pienso en su querida esposa, Mónica, en toda la familia Huerta… Y de pronto sonrío: ¡Qué tan cómplice es el porvenir, que mi futura nuera, Paula, lleva con orgullo su apellido! Murmuro entonces los soberbios versos de Walt Whitman: ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!/ Levántate para escuchar las campanas/ Es por ti que izan las banderas/ Es por ti que suenan los clarines.

Hasta siempre, capitán. (O)