Caminatas por los paisajes majestuosos que inspiraron sus pinturas, exhibiciones, libros y documentales, este año Alemania celebra con pasión a su famoso y genial artista Caspar David Friedrich. A 250 años de su nacimiento, al igual que Kafka a 100 años de su muerte, este par de tímidos que preferían el silencio y la soledad reciben la atención masiva de sólito reservada para los pop stars.

¿Gregor Kafka o Franz Samsa?

Friedrich nació en 1774 en Greifswald a orillas del mar Báltico. A los 6 años perdió a su madre. Diversas enfermedades se llevaron a tres de sus hermanos, y un cuarto murió a los 12 ahogado tras salvar a su hermano menor, nuestro Caspar David. Sobrevivió, pues, para convertirse en artista. Vivió cuatro décadas en Dresde, donde fue miembro de su prestigiosa Academia de Arte. Nunca realizó el obligado viaje iniciático a Italia y Grecia. Sus paisajes eran los bosques, montañas y aguas que lo rodearon toda su vida y que él nunca dejó de observar con el asombro de un niño.

Varados

Su Monje a orillas del mar rompió esquemas creando una experiencia espacial extrema: nos enfrenta a la vastedad del cielo que desciende oscuro sobre el mar, mientras un monje (única figura vertical, de espaldas, mínima) lo observa todo desde una roca blanca. La mirada humana se disuelve en la grandeza sublime de la naturaleza, nos envuelve un gran silencio.

“El caminante sobre un mar de niebla” (h. 1818), Caspar David Friedrich.

Es fácil repetir que Caspar David Friedrich es el mayor exponente del romanticismo alemán, pero más que una corriente externa, lo que Friedrich seguía era una música interna. De ahí la fascinación que siguen generando sus obras mientras que a otros los ha empolvado el tiempo.

Sanar la tierra herida

Un poeta sueco que lo visitó lo describió como un “místico con un pincel”. Pintaba con una lentitud exhaustiva, extendiendo sus trazos uno a uno sobre el lienzo en su estudio, un santuario libre de toda distracción. Friedrich experimentaba la naturaleza en carne propia, caminaba, observaba pero insistía en que el arte nace del mundo interior.

Los románticos amaban la libertad. La buscaban lejos de las convenciones y falsedades a las que nos obliga el sistema, la hallaban en la soledad de la montaña, en la potencia del mar, la melancolía de la niebla, el presagio de lo divino cuyos símbolos se revelan en el paisaje. “Debo permanecer solo y saber que estoy solo para poder ver y sentir plenamente la naturaleza.

A orillas del mar

Debo rendirme a lo que me rodea, fundirme con mis nubes y rocas para ser lo que soy”, escribió Friedrich en 1821. Así mismo nos maravillan sus obras: evocan la presencia de nuestro propio ser, ese yo único, bello y poderoso atravesado por las fuerzas de la naturaleza. En la obra de Caspar David Friedrich hay silencio, reflexión, aventura, meditación ante la muerte, vínculo libre y natural con lo divino, esas cosas de las que tenemos tanta sed. “El caminante sobre un mar de niebla” reivindica la fortaleza, la determinación del ser ante la vastedad, la belleza, el misterio y riesgo de la vida. De pie en la cima, vemos picos más altos: no somos amos de la naturaleza ni tampoco súbditos. La soledad fortalece, la contemplación conecta. Finitos, experimentamos lo infinito. Eternos, abrazamos la naturaleza fugaz de la experiencia humana. (O)