Aclaración: El presente artículo no busca ser defensa o ataque a gobierno, político, funcionario, empresario o ciudadano alguno, sea del pasado, presente o futuro. De igual manera no pretende ser guía, recomendación o manifiesto, sencillamente, es mi reflexión a una realidad criticable.

Roma es la actual capital de Italia, pero muchos años atrás, fue uno de los imperios más grandiosos que ha existido en la historia de la humanidad. A manera de antecedente, este pueblo ha dejado un legado vasto e incalculable, desde el latín, que es la lengua madre de más de catorce idiomas, como el calendario, la religión, alfabeto, números, arquitectura, urbanismo, política y derecho. Sin duda alguna, este pequeño listado, podría extenderse por un sinnúmero de páginas adicionales para realmente hacerle justicia a esta importante herencia.

Uno de sus monumentos más representativos, el Coliseo Romano (patrimonio de la humanidad), constituye uno de los símbolos más relevantes para dicha nación, ya que lejos de su valía arquitectónica, en este se resume la memorable expresión panem et circenses que, en castellano se traduce a “pan y circo”. Dicha locución, condensa la práctica de los gobernantes de otorgar entretenimiento a su pueblo a efectos de ocultar o desviar la atención de asuntos más relevantes. Una práctica todavía vigente, con lo cual podemos verificar que los romanos fueron precursores hasta en ese aspecto.

Dentro de este anfiteatro, creado para la plebe y llenado por ella, se realizaban múltiples eventos, tales como cacerías de animales, recreaciones históricas, ejecuciones, pero con certeza lo más conocido por todos eran las luchas de gladiadores; que básicamente era un espectáculo en el cual esclavos o voluntarios peleaban en muchas ocasiones hasta la muerte con el fin de entretener a un público. Estas exhibiciones contaban con un editor, quien era el patrocinador y el que pagaba por el alquiler o venta de los luchadores. Dicho personaje cumplía un rol fundamental en el desenlace de las peleas, puesto que era al que le correspondía decidir finalmente si otorgaba la missus (salvación) o iugula (muerte). Lejos que esta resolución era su facultad, realmente no dependía enteramente de él, sino de la audiencia, la cual últimamente ejercía tal grado de influencia que podía llegar a salvar a un condenado o matar a un victorioso.

Por más que la última pelea de gladiadores registrada se reputa aproximadamente en el año 400, esta tradición persiste en la actualidad, solo que ya no involucra gladiadores. El Coliseo Romano lógicamente no acoge más al pueblo en busca de entretenimiento, ahora, ha sido reemplazado por un espacio más amplió y bullicioso, donde las caras se han transformado en perfiles y los gritos del público se limitan en determinados casos a contados caracteres. Los editores tampoco han desaparecido, siguen vigentes, mantienen autoridad, pero no con el mismo nombre, ahora usan trajes, sotanas y vestidos, manteniendo la vieja práctica de inclinar el dedo a conveniencia del clamor exacerbado de quienes se creen con el derecho de decidir sobre la vida ajena. Claro que no hay que confundir que ya no se resuelve la vida de una persona (afirmación que considero inexacta, peor en las circunstancias actuales que vivimos), sino que se transgreden otros elementos valiosos, tales como la honra e inclusive libertad de los individuos, llegando a equivaler de cierta forma en una muerte social.

Las redes, nuestro más grande y nuevo coliseo, ha logrado inclusive extender su campo de influencia etéreo, llegando a tener injerencia en cuestiones que deben ser resueltas con la mayor imparcialidad y formalismo, hecho que no sucedía con su predecesor que se encontraba limitado por un espacio físico y un tipo determinado de espectáculos. Honestamente, no conozco si el editor en la época romana tuvo la osadía de contrariar a su público. Sin embargo, me atrevo a afirmar que este análisis hoy en día resulta relativamente similar, puesto que en numerosas ocasiones se ha evidenciado la transgresión de las garantías más básicas a efectos de acallar la masa que exige su propia “justicia”.

Ahora bien, es importante destacar que no resulta fácil ser editor en estas nuevas épocas. La masa es más numerosa y cuenta con el poder inclusive de decidir la suerte de quien ficticiamente debe alzar o bajar el pulgar, logrando por esta vía que se soslayen cuantas reglas escritas existan, sin importar que tengan un propósito de seguridad jurídica y estabilidad social.

De esta forma se ha instaurado un proceso paralelo al de nuestro sistema judicial. En este, la “inocencia” o “culpabilidad” de un individuo es dictaminada por un jurado no previsto en nuestra normativa, el cual no requiere del debido proceso o verificar la práctica formal de pruebas, puesto que su contundencia se analiza más bien por la cantidad de caracteres que se obtengan a favor o en contra del sujeto que es protagonista, voluntariamente o no, del espectáculo.

Es indispensable precisar que bajo ningún concepto estoy de acuerdo con la impunidad. Al contrario, reitero la importancia de las gestiones de control y sanción de las autoridades. Reconozco que hay un largo trecho para que nuestro sistema punitivo pueda considerarse efectivo y justo. No obstante, rechazo que en cualquier instancia se pretenda confundir justicia con vendetta pública.

En resumen, se tratan de otros tiempos, pero en debida aplicación de la teoría del corsi e ricorsi, mientras contemos con “pan y circo” las cosas volverán a lo de siempre. (O)