A fin de que los jóvenes lean un testimonio de quien vivió antes de la dolarización que decretó el presidente Mahuad, me atrevo a escribir estos recuerdos. Tan importante decisión no fue una medida para mantenerse en el poder sino una necesidad esencial y obligada para la supervivencia del Ecuador.

A mi juicio, la crisis del sistema monetario empezó en 1981, cuando el dólar superó la tasa de cambio de 30 sucres. Era una especie de barrera sicológica que fue traspasada por los hechos. En esos tiempos, el presidente Roldós se enfrentaba a un Congreso opositor presidido por Assad Bucaram, quien decía que él lo había llevado al poder y que Roldós ni siquiera le había consultado los nombres del gabinete, ni había nombrado ministros a ninguno de sus allegados.

El Congreso de aquellos días tenía la facultad de incrementar el salario mínimo. Bucaram no tenía conocimientos de finanzas públicas y según el historiador Simón Espinosa, en su libro Presidentes del Ecuador, “duplicó los salarios a cuatro mil sucres” sin tener en cuenta que el Estado es el mayor empleador del Ecuador. Fue una decisión demagógica y hostil para el presidente. Muchos empresarios y personas tenían deudas en dólares y no sabían qué hacer. En un mismo día de aquellos tan críticos, recibí dos consultas de amigos: uno me dijo que su pequeña industria no le permitía margen para pagar más de cinco o seis sucres por dólar y que estaba quebrado. Otro me preguntó sobre una propiedad que había adquirido en Miami y cuya hipoteca no podía pagar. Véndelo, fue mi opinión, porque no sabemos cuándo va a parar este proceso devaluador. Fue un tobogán siniestro que solo se detuvo cuando el sucre fue sustituido por el dólar.

Al final de los años noventa del siglo pasado, era conmovedor ver a la gente haciendo cola frente a las casas de cambio para comprar uno o dos billetes de dólar porque era la manera de ahorrar algo. Los precios de las subsistencias aumentaban todos los días. Los pobres y los de las clases medias vivían desesperados porque la plata no alcanzaba, se hacía agua.

La naturaleza y la corrupción fueron factores muy poderosos. El Niño del año 97 fue destructor. Se perdieron carreteras y edificios, las lluvias arrasaron con todo. Agricultores y comerciantes no pagaron a los bancos. Se descubrió que se habían dado préstamos a amigos y “vinculados” que tampoco los honraron. Hubo casos de quienes habían recibido préstamos enormes, declarados incobrables. Quebraron muchos bancos, pero sus dueños emigraron con sus riquezas al exterior. El dólar llegó a cotizarse a treinta mil sucres. El país se hundía en un pantano pútrido de corrupción y desgobierno. Los últimos dos años del siglo pasado nos hicieron sentir como si una guerra nos hubiera aniquilado.

La dolarización nos salvó. Durante el gobierno de Gustavo Noboa las cosas se normalizaron, la gente se acostumbró a la nueva moneda. Se abatió la inflación, los negocios volvieron a prosperar y las personas tenían futuro. Salir de la dolarización, aunque sea taimadamente, sería un error estúpido y fatal. Apoyemos el mantenerla, sin alternativas engañosas. (O)