En 1950, el Dr. Salk descubrió cómo desactivar el virus de la polio que afectaba a más de 60.000 niños anualmente en Estados Unidos. Desarrolló una nueva tecnología: la inactivación del virus en lugar de solo bajar su virulencia, y aplicó la vacuna a 700 personas incluida su familia. A la época, la polio era el segundo temor de sus compatriotas detrás de la guerra nuclear. La fundación que auspició su investigación le pidió un estudio para probar su eficacia. Él quiso evitar el experimento doble ciego —ni investigador ni paciente saben si reciben vacuna o placebo—, porque estaba seguro de que la vacuna era efectiva. Se inoculó a 420.000 niños contra la polio y un número similar con placebo, pero —como temió el inventor— en este grupo hubo 16 muertes y 34 niños con parálisis permanente (solo dos con parálisis entre los vacunados).

Salk hizo el anuncio en un programa popular de televisión diciendo lo que sería el titular de casi todos los periódicos: “La vacuna es segura, potente y efectiva”. El periodista le preguntó: ¿de quién es la patente? A lo que el científico contestó: “De la gente, ¿acaso se puede patentar el sol?”. Nueve millones de vacunas fueron financiadas por la fundación March of Dimes, que dio a cinco compañías —acreditadas en tres horas— la producción. Una de esas empresas tuvo un problema con un lote de 200.000 dosis en las que el virus no fue desactivado. Esto causó 40.000 casos de poliomielitis, dejó 200 niños con diversos grados de parálisis y 10 niños fallecidos. Fue probablemente uno de los mayores accidentes biológicos de la edad moderna, bautizado como “incidente Cutter”.

Esa desgracia dio paso a un mejor control de medicamentos y productos para uso humano con la regulación federal (FDA). Tristemente también abrió la puerta a la judicialización de los errores en medicina, que han desalentado la innovación cuando no eliminado compañías de investigación de vacunas. No ha habido un solo caso más de polio por la vacuna de Salk. Su rival, el Dr. Sabin, creó la vacuna oral con virus atenuado, que inoculó a casi todos los niños del planeta —con el riesgo de dar parálisis temporal, como ocurrió en menos de 200 niños en el 2021—. Actualmente solo Afganistán y Pakistán reportan casos no relacionados a la vacuna, lo que hace posible erradicar la segunda enfermedad humana del planeta. La primera fue la viruela, gracias a la vacuna de Jenner y la expedición del Dr. Balmis a las Américas.

Cada vacuna tiene una historia apasionante que muestra cómo el control de enfermedades infecciosas —e incluso cánceres— requieren adaptaciones tanto técnicas como culturales y sociales. Las soluciones tecnológicas, la guía de científicos para mejorar la comunicación y crear políticas públicas eficaces son inútiles sin autoridades/líderes visionarios y generosos.

La polarización política actual, junto con poblaciones poco educadas en ciencia y peor formadas en riesgo, lleva a desperdiciar tiempo y recursos en el planeta. Proliferan personas antivacunas instruidas por videos o notas des/malinformadas, manipulando datos cuando no mintiendo sin vergüenza por encontrar espacios de comunicación para sus negocios. Así lo vienen haciendo desde el siglo XIX. (O)