En las últimas semanas, un par de millonarios se han dado una vuelta por los límites inferiores del espacio en competencia por ver quién se ve más ridículo. Richard Branson y Jeff Bezos pagaron por hacer algo para lo cual otros se preparan durante años –y ganan un sueldo por ello– y lo hacen mucho mejor. Los astronautas al menos se bajan de la nave para ir a trabajar y aprender en la estación espacial internacional y admirar al espacio como se merece, con calma, con asombro, con respeto.

Darse una vuelta como lo han hecho este par es más cercana a pasar por un litro de gaseosa en la tienda cuando se tenía la oportunidad de ir a degustar vino en una recóndita bodega donde la tradición se transmite pacienzudamente de una generación a otra.

Se ha especulado de todo para explicar las razones detrás del deseo de embarcarse, los dos empresarios y los cientos de personas que han comprado boletos para emularlos, en una hazaña tan espuria. Ni son astronautas ni han permanecido en el espacio por más de unos breves minutos. De hecho, Richard Branson ni siquiera llegó a pasar la línea de Kármán, a mil kilómetros de la tierra, que se reconoce internacionalmente como el límite entre la atmósfera terrestre y el espacio exterior.

¿Falta de autoestima? Puede ser, ninguno es especialmente agraciado. ¿Ausencia de amor propio? Nada más puede explicar tal necesidad por recibir la atención de los demás. ¿Aburrimiento total? No cabe duda; son tan ricos que lo pueden comprar todo y esto era lo único que quedaba en la lista de compras. ¿Absoluto desentendimiento con este planeta y el convencimiento de que importa muy poco? Con total seguridad. Pudieron haber financiado la producción masiva de vacunas contra COVID-19 para dar por terminada la pandemia, pero simplemente no quisieron.

Pero no cabe hablar de egoísmo, maldad o cinismo. Este par de hombres se encuentran más allá del bien y del mal. Están en la exosfera de los sentimientos, allá donde ya no hay vida, donde ya nada germina. En el espacio vacío.

En la exosfera, la gravedad del planeta –en sentido físico y figurado– ya no ejerce atracción sobre Branson y Bezos. El futuro, para ellos, no radica en revertir el modelo económico que ha destruido a la tierra, sino en desprenderse de las imágenes de una Amazonía ardiente, una costa gravemente inundada o un río contaminado por un derrame petrolero, aunque sea por unos instantes.

El aire en la exosfera es tan delgado que no puede llevar sonidos, por lo que Branson y Bezos poco pueden escuchar lo que decimos. Posiblemente, ni siquiera pueden escuchar sus propios pensamientos. Será difícil para ellos escuchar lo que deberá estarles diciendo su conciencia, enterrada en algún agujero negro de su mente. Un susurro distante, una imagen borrosa les llegará, quizás, cuando entrados en años recuerden todo lo que pudieron haber logrado en lugar de unos minutos de sobrevuelo.

Por ahora, permanecen en la dimensión de las personas que quieren parecer grandes pero en realidad no hicieron nada más grande de lo que permiten los límites de su propia pequeñez. (O)