Por Luis Altamirano Junqueira

Repugna observar cómo, sin una pizca de vergüenza, quienes en un momento se dijeron de todo, hoy aparecen unidos anunciando su apoyo político a aquellos que ya gobernaron el país por más de 10 años. Son los mismos que en medio de divisionismos protagonizaron en octubre de 2019, junto a otros actores, un capítulo de violencia que no puede ser olvidado. Más allá de los justos reclamos presentados frente al alza del combustible, este penoso episodio tuvo su origen en la incapacidad del gobierno actual de haber tomado medidas económicas y sociales al inicio del segundo año de su mandato. Esta indecisión gubernamental, sumada a la pobre conducción política de la crisis, condujo a que el Ecuador estuviera sentado en un “barril de pólvora” por unos días, y con el penoso resultado presente, de dejarnos un Estado debilitado y cuestionado frente a la indispensable protección de los derechos, libertades y garantías de sus ciudadanos.

Hoy el país sigue dividido y la problemática no se resuelve en decidir simplemente por una u otra opción electoral, sino en reflexionar cuál de estas alternativas responderá mejor frente a un mundo competitivo, que evoluciona con una rapidez impresionante. Temas como la economía verde, la economía circular, la inteligencia artificial, la revolución biotecnológica, la cibernética ambiental, entre otros, han estado exentos en las líneas programáticas de la campaña electoral. Pero los ejes de acción de mayor impacto y enorme preocupación ciudadana se referencian a la necesidad de encontrar una propuesta de economía regenerativa, que produzca más empleo y, por medio de ella, riqueza y su redistribución. El tren de la historia y el progreso sigue su curso, y el país se debate entre un pasado –que no acaba de terminar–, frente a la alternativa de garantizar el bien mayor para un ser humano: “su libertad”. Si bien es cierto que el cambio es un camino largo, paradójicamente también demanda lo inmediato; la razón es que el hambre no espera planes estratégicos rimbombantes, y por ello la gestión gubernamental tendrá fundamentales retos.

Quienes amamos la libertad, no estamos de acuerdo con agendas mediáticas del Estado llenas de epítetos e insultos, con la persecución financiera, con el mal uso de servicios de inteligencia política –para la coerción y la amenaza de adversarios– y, peor aún, con una corrupción que destruye oportunidades y anula la esperanza del anhelado cambio. Hay muchas cosas que avanzaron durante el “correísmo”; no se puede desconocer y ello es actuar con equilibrio, pero la lista de errores imperdonables es enorme. Hubo abuso desde el poder, que le quitó al país la ilusión del futuro y que han hecho del cinismo la careta de la vergüenza. Correa ya gobernó y lo hizo cuestionablemente; quedamos rezagados en el tren de la historia, pero hay algo peor: seguimos divididos y ello hace que nuestro futuro siga sin rumbo claro y al vaivén de las decisiones de la coyuntura. Es hora de despertar, de trabajar con ética y hacer de la moral la bandera de lucha. También es hora de ceder, reacomodar nuestra “comodidad”, en beneficio de la gran mayoría. ¡Listos para la acción!, sí, pero cuando aceptemos que es mejor ganar un 10% menos a estar expuestos a vivir una degeneración social que está a punto de explotar, la cual no se corrige con un baratillo de ofertas de campaña, que a la larga volverán a ser la desilusión del pueblo ecuatoriano. El Ecuador precisa de líderes que reconstruyan el tejido social, destruido por el discurso extremista y por una pobreza estructural que requiere prioridad, solo así se sentarán las bases para un cambio real. Hay que decir “no” a los violentos. (O)