La semana pasada, el Concejo de la ciudad aprobó el cambio de nombre de un tramo de la calle 10 de Agosto, en el centro, a “República de Guayaquil”, respaldando así la petición de la entonces presidenta del capítulo de Guayaquil de la Academia Nacional de Historia (ANH), Antonieta Palacio. Sin que siquiera se pretenda refutar los hechos históricos que el capítulo de Guayaquil presentó para defender la conmemoración de este importante hito en la historia de la ciudad –y del país–, la ANH procedió a destituir a Palacio y exigir que se revierta el acto. Podría parecer una cuestión menor; no lo es.

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Los que pretenden imponer una versión canónica de la historia, manipulándola para que sirva una agenda política actual, cuestionan el nombre “República” señalando que aquí hubo la “Provincia Libre de Guayaquil”, mas no la república. Pero si nos guiáramos por el lenguaje literal, el 10 de agosto no tendría nada de independencia. En el acta del 10 de Agosto de 1809 podemos leer que juraban lealtad al rey Fernando VII. Actitudes similares se replicaron en ambos lados del Atlántico. Hasta esas fechas, los documentos sobrevivientes indican que unos de nuestros principales padres fundadores, José Joaquín de Olmedo y Vicente Rocafuerte, se seguían considerando fieles súbditos del rey. Todavía habría un largo camino por recorrer desde la fidelidad a la monarquía hacia la idea de una república independiente.

De manera que, si nos vamos por interpretaciones literales de la historia, en Guayaquil no hubo república y en Quito no hubo grito de independencia. Pero eso nos haría un flaco favor porque sería una interpretación que vacía de significado eventos importantes. Necesitamos contextualizar los hechos para empezar a entenderlos.

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En Quito realmente no hubo un grito de independencia, lo que sí hubo fue un intento de lograr un mayor grado de autonomía y de conservar la soberanía del reino frente a una invasión extranjera. En Guayaquil, en cambio, sí hubo una república, si nos guiamos por el significado del término según la RAE (“Organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un periodo determinado”) o según Brittanica (“forma de gobierno en la que un Estado está gobernado por representantes del cuerpo de ciudadanos”). Mientras que el acta del 10 de agosto pretendía conservar la integridad de un reino invadido por Napoleón, el Reglamento Provisorio de la Provincia Libre de Guayaquil rompía totalmente con el antiguo régimen y fundaba un gobierno representativo, el primero de su clase en el territorio del actual Ecuador.

Ambos son eventos importantes que merecen ser estudiados y conmemorados. Ninguno le resta importancia al otro, ambos son precursores de lo que nos llevó al 24 de Mayo de 1822.

Para Olmedo, el tema de la forma representativa de gobierno no era una cuestión menor, era lo más importante. Por eso en un decreto de la Junta de Gobierno de 1821 escribió: “Guayaquil independiente en 9 de octubre: Guayaquil libre en 8 de noviembre de 1820″, fecha en la que recién se logró reunir a los representantes de la Provincia por primera vez. Ojalá este incidente sirva para demostrar, una vez más, que a la ANH no le interesa el estudio de la historia, sino su manipulación para objetivos políticos. (O)