Hace poco vi la serie Adolescencia. Es tan fuerte como un puñetazo en el estómago. Queda claro en los primeros minutos que el niño de 13 años asesinó a una compañera, pero esa acción violenta no es el centro de la serie, más bien, desde mi perspectiva, lo grave radica en los adultos que rodearon al niño. Como madre y educadora me quedé con muchísimas preguntas y dudas. ¿Hasta qué punto nuestros hijos están seguros porque se quedan en su habitación?, ¿dónde está el verdadero peligro para los chicos, fuera de casa o dentro de la pantalla de su dispositivo electrónico?

De esta manera empecé a fijarme y es tan común ahora ver niños que no llegan ni al año de vida, pero ya tienen una pantalla enfrente para que no se aburran, para que estén distraídos y sus padres puedan comer o conversar en paz dentro de una reunión, pero nadie repara en esas pequeñas mentes que son atrapadas por esa pantalla que les brinda miles de coloridas imágenes que no aportan en lo mínimo a su desarrollo cognitivo, es como una droga que los captura y aísla de la realidad, pero con el paso de los años las cosas no mejoran. Es escandalosamente frecuente el libre acceso a internet en niños, pero lo más insólito es escuchar a padres decir que “no revisan los dispositivos móviles de sus hijos porque eso sería violar su derecho a la privacidad”.

Por consiguiente, aceptan que sus hijos mantienen un mundo paralelo en el que los padres no forman parte y solo esperan que todo sea inofensivo y divertido para ellos, pero muchas veces no lo es. Vivimos un mundo donde la aceptación social depende del número de likes o la cantidad de seguidores, también, la discriminación viene con emojis y la antigua ignominia, ahora es un video que se hace viral, como un virus maligno que contagia a todos y hace que los grupos se disuelvan y marginen al apestado que cayó en desgracia. Es un mundo complejo el que viven nuestros hijos, no podemos quedarnos fuera “respetando su privacidad”.

Por tanto, es importante recordar que la tan mencionada generación de cristal está siendo educada por nosotros y como adultos debemos dejar de temer perder su amor o intentar ser sus amigos para empezar a tomar las riendas de la formación de nuestros hijos. Recordemos que el colegio es un lugar donde recibirán formación académica, pero los valores y el criterio se desarrollan dentro de la casa, con almuerzos o cenas en familia, teniendo conversaciones incómodas y tratando temas sensibles. Es decir, asumiendo a carta cabal nuestra responsabilidad de ser padres y abandonar la permisividad como un canal de acercamiento. Los niños necesitan límites, pero alguien debe enseñárselos, si no somos los padres, la vida se encargará, y no de forma amorosa.

Finalmente, esa serie se convierte en un llamado de atención. Es fundamental estar alerta y tomar acciones determinantes, ya basta de medidas a medias, por ejemplo, ¿usted sabe lo que sucede dentro del dispositivo de su hijo? Corolario hago mía las palabras de Leopoldo Abadía, “La pregunta no es ¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos? Sino ¿qué hijos le vamos a dejar a nuestro mundo?”. (O)