Estamos en fiestas de Quito, y además de los tradicionales cuarentas o farras, es útil pensar en su futuro, no solo en (y por) sí misma, sino como la capital nacional (esto quizás es una desventaja, por la inevitable politización y burocratización).
Esta reflexión se dio hace unos días en el tradicional Teatro Bolívar, en medio aún de vestigios del incendio que lo azotó. Que un sitio tan emblemático no haya sido completamente recuperado en 25 años nos dice que algo anda mal en la ciudad, de la misma manera que, por ejemplo, la incapacidad al cabo de 20 años para construir un segundo túnel Guayasamín en la salida al valle, o los más de 5 años que tomó poner en marcha un metro ya casi listo en los subsuelos. O el hecho visible de que en las elecciones presidenciales no hay un solo candidato que podríamos llamar quiteño... quizás esto último es secundario “total vivimos en un mundo fluido y globalizado”, pero no es así, las sociedades se construyen a partir de las identidades locales que van sumando para construir lo nacional (de la misma manera que lo local se construye sobre lo realmente importante que son los individuos), y en consecuencia la ausencia quiteña en el tablero político nos dice algo importante (y no sano).
Pero la recuperación de la identidad, que como alguien decía es entrar a La Compañía y sentir la emoción de que algo tan maravilloso es “nuestro”, no solo sirve a Quito, sino que debe sumarse a que en Guayas, Manabí, Esmeraldas o Azuay sientan lo mismo (mucha gente pone a Cuenca como un gran ejemplo de ese logro) para ir construyendo un mejor país. Ese sentido de identidad está ligado al ser “ciudadano”, lo cual para mí implica que actúemos como individuos que exigimos el respeto a nuestros derechos y responsabilidades (sí, asumir la responsabilidad es algo que se exige) y sobre la base de esa autonomía, mirar alrededor con el mismo sentido de responsabilidad y derechos para generar juntos los espacios colectivos. Eso parece lo hemos perdido en Quito...
Pero no se ha perdido, creo está adormecido. Porque tenemos todo para retomar energías, por eso el título de hoy, retomando lo que alguien planteaba con vigor “Quito arrecho”. La historia nos respalda, “el pasado, pasado es...”, pero ayuda a construir los imaginarios del futuro: hay toda la gesta libertaria que no podemos permitir se pierda. Igual que no deben perderse las tradiciones y leyendas que fortalecen; en cercanas alcaldías se intentó, por ejemplo, cambiar el himno, porque borrar la historia es una forma de manipular a los ciudadanos, eso ha sido una práctica clave en los sistemas socialistas (ver las novelas de Leo Padura sobre Cuba “aquí no solo nos roban el futuro, sino el pasado”). Ciudad mágica, con un centro histórico inigualable (vuelvo a La Compañía, mis hijos en algunos viajes que hemos podido hacer siempre repiten “no hemos visto nada comparable”) y mil cosas que admirar dentro y fuera del perímetro metropolitano. Ciudad de cultura, por eso fue el primer patrimonio de la humanidad (abrazo a mi padre que participó en ese proceso). Ciudad académica con 37 universidades, decía alguien. Ciudad de emprendedores y gente energética. En fin, ciudad con un futuro “arrecho” si queremos arrimar el hombro. (O)