Dicen que La ratonera, una obra de teatro de Agatha Christie, es la pieza teatral más representada de todos los tiempos, pues, en Londres, hasta hoy continúa en cartel desde la fecha de su estreno en 1952. La fascinación por esta obra, de una parte, proviene del juego detectivesco del cual Christie era un genio excepcional, pues sus cuentos y novelas siempre consiguen introducir al lector en un universo de intrigas, dudas, engaños, malentendidos y, casi siempre, verdades a medias que pueden llevar a una persona a situaciones límite y, por tanto, a cometer muchas veces un delito en círculos cercanos y familiares.

En La ratonera, un grupo variopinto de huéspedes se ve atrapado por el mal tiempo del invierno en un hotel recién inaugurado, ya que una tormenta de nieve los ha aislado completamente. Por supuesto, no solo que un criminal se ha camuflado en ese grupo, sino que, además, un asesinato estremecerá la que iba a ser una temporada de solaz descanso. Así, un espacio que se presume familiar –un acogedor hotel– se torna en un infierno ante la posibilidad de un crimen. Lo extraordinario de la situación es que todos esconden algo, todos vacilan en lo que responden, todos en algún momento le mienten al policía que ha llegado para prevenir el crimen.

Sin saberlo, muchos de esos personajes de la obra teatral se han metido en una verdadera ratonera, como los seres humanos lo hacemos a menudo. Estar en una trampa mortal depende también de nuestras propias acciones. Es lo que también le sucede a Alfredo Traps, viajante textil que, ante una falla mecánica de su nuevo carro deportivo, se ve obligado a pasar la noche en un pequeño pueblo con la vana ilusión de vivir alguna aventura amorosa extramarital, tal como lo cuenta Friedrich Dürrenmatt en la novela La avería de 1956. Forzado por las circunstancias, este personaje también se introduce en una ratonera.

Traps es recibido con hospitalidad por un juez jubilado que, junto con otros amigos –un abogado defensor y un fiscal–, ha creado la rara diversión de improvisar una pequeña función teatral para acusar a alguien de un delito. Traps acepta ocupar el puesto de acusado, pero advierte que él no tiene nada que esconder, ante lo cual el fiscal replica: “Siempre se acaba encontrando un delito”. El resultado de este juego es macabro, pues cualquier vacilación del acusado sobre su vida es interpretada tan fuera de contexto que lo vuelve sospechoso incluso de haber cometido un asesinato. El mundo está lleno de averías, se afirma en la novela.

En uno de sus alegatos forenses, el que representa el papel del fiscal pregunta: “¿Quién de nosotros se conoce, quién de nosotros es consciente de sus delitos y de sus crímenes secretos?”. Estas dos obras literarias maestras nos cuentan que, con frecuencia, los humanos nos colocamos ante situaciones que son verdaderas ratoneras de las cuales es difícil salir. Pero también, como siempre, nos invitan a vernos en el espejo de esos dramas que les suceden a los otros para que nos cuestionemos nuestros propios secretos. Las noticias de todos los días y de la política nos confirman que en nuestro alrededor se van armando muchas ratoneras. (O)