“Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos –libro contra el islam, el Profeta y el Corán– y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido, están condenados a muerte”. Este fue parte del comunicado que 30 años atrás, desde Teherán, dio el ayatolá Jomeini.

Esa condena tuvo alcance internacional. Recordemos una vez más que asesinaron a su traductor japonés Hitoshi Igarashi, hirieron a su traductor italiano Ettore Caprioli y al danés William Nygaard, y encarcelaron a su traductor iraní Amir Ezati. En español, Los versos satánicos todavía mantiene anónimo el nombre de su traductor. Recomiendo la lectura de esta novela. Edward Said la definió como “una épica de la migración, de la inestabilidad y la volatilidad, que transforma todas las concepciones de una identidad fija”. Es, sobre todo, una gran novela, que se abre en dos ramales: las vidas paralelas y contrapuestas de un actor enloquecido (Gibreel Farishta) y un locutor (Saladin Chamcha), ambos indios, y un segundo plano intercalado sobre una peregrinación hacia La Meca, que terminamos por descubrir que se trata de una película. Saladin Chamcha, el locutor, anglófilo hasta la parodia, luego de caer de un avión que sufrió un atentado en pleno vuelo, termina por metamorfosearse en una figura con cuernos y pezuñas, casi un demonio, aunque timorato, emblema de los tormentos que sufre todo migrante que pretende borrar las huellas de su origen. La novela es mucho más, por supuesto, un despliegue verbal divertido, juguetón y barroco. Resiste varias relecturas y cada vez encuentra unos aspectos inéditos. Durante años la he puesto como novela de referencia en mis clases de literatura y los alumnos que la eligen para analizarla no dejan de sorprenderse por su riqueza, y por el absurdo de la censura criminal contra su autor.

La obra de Rushdie es vasta y tiene otras obras que lo ratifican como un escritor ejemplar de nuestro tiempo, desde Hijos de la medianoche a El suelo bajo sus pies, e incluso una novela juvenil Harun y el mar de las historias, que debería leerse en clave de resistencia a la censura. Para quienes quieran conocer lo que fue su persecución durante décadas, pueden acercarse a su libro de memorias Joseph Anton. Ahora quisiera aludir a su novela Shalimar el payaso. Es la historia sobre la formación de un terrorista, Shalimar, que recibe entrenamiento con grupos insurgentes de Afganistán, y que termina migrando a los Estados Unidos. Los antecedentes de esta trayectoria criminal es una historia de pasiones que Rushdie desarrollará entre varias culturas que atraviesa con su versatilidad habitual. Recomiendo leer esta novela porque permite acercarse a esa perversa educación sentimental por la que pasan muchos jóvenes musulmanes que terminan asumiendo acciones asesinas como las de Hadi Matar, un hijo de libaneses, nacido en California hace 24 años, que agredió con un cuchillo a Rushdie el 12 de agosto en un evento cultural en las afueras de Nueva York.

No quisiera pasar por alto que el agresor ni siquiera nació cuando Jomeini dictaminó la fatwa. Me gustaría saber si leyó la novela de Rushdie. Lo primero de lo que prescinde un fanático es de la lectura real de lo que se escribió o se dijo, es decir, de los hechos en sí mismos. Como todo fanático, se suma sin crítica a la ola de consenso de su entorno inmediato.

Cuando se quiere atenuar la gravedad de un error, se argumenta que lo ocurrido se debió a un lobo solitario que actuó por su cuenta, o a psicópatas y otros subterfugios. Se sigue pasando por alto que la tolerancia hacia conductas, comportamientos, programas, manifiestos, culturas o credos que contemplan la posibilidad de la destrucción del otro, no debe permitirse en una sociedad democrática. Vieja discusión que tiene nuevos rostros a reconocer en su idealismo bondadoso. Que Hadi Matar sea hijo de migrantes y haya intentado asesinar a un migrante como Rushdie muestra el desvarío de un tiempo que no sabe cómo tratar no solo a los intolerantes de la libertad de expresión, sino a quienes se consideran la mano instructiva para aplicar una justicia arbitraria e improvisada.

Pese al gran sentido del humor de Rushdie, las cicatrices quedarán en su cuerpo. Espero que se recupere pronto. Tal como lo ha anunciado su vocero, quizá pierda un ojo y cuando vuelva a aparecer en público tendrá un parche o gafas oscuras. Algunos recomiendan que el mejor apoyo ahora es leer su novela Los versos satánicos o cualquiera de sus libros. Creo que también es necesario leer esos libros y manifiestos que incitan al odio y que no deben permanecer invisibles. La libertad de expresión es libertad de lectura, incluso de aquello que no nos gusta. Hay que palpar ese fanatismo en las palabras de los radicales. Y comprender que a ellos, como le ocurrió al catolicismo de la Inquisición, les espera su cisma, su Reforma, la misma que empezó precisamente con una escritura: la traducción a lengua vulgar de la Biblia, realizada por Lutero. Quizá Rushdie sea el reformador gracias a su novela. Solo este gesto revela la grandeza de un género que sigue afrontando la persecución de quienes consideran que tienen la palabra única, incuestionable, gestores de un victimismo que encubre una ferocidad asesina. ¿Qué le faltaba a Hadi Matar como para empuñar un cuchillo en el país que acogió a sus padres? ¿Necesitaba que el circuito de fundamentalistas lo elogie, le dé una identidad de mártir? ¿No era precisamente una falta de imaginación lo que lo llevó a atacar a un cultivador de la ficción? Cuando la imaginación incomoda, como cuando no se sabe apreciar la que tienen por naturaleza los niños en sus juegos, comprobaremos que se acabó el espíritu creativo y la libertad. La apuesta de la literatura consiste en imaginar un mundo alternativo a una vida sometida a la inercia y la costumbre, fuente para déspotas, opresores y cualquier iglesia o secta. (O)