Gran parte de la población aguarda los días previos a las elecciones para disfrutar un poco de silencio, escapar de la parafernalia que abruma: escándalos, polarización, redes sociales y caos político.

“Le tengo rabia al silencio, por lo mucho que perdí. Que no se quede callado quien quiera vivir feliz”, cantaba Atahualpa Yupanqui. Sabía bien de lo que hablaba, él, que no engrasaba los ejes de su carreta para que, como música monótona, lo acompañaran en su soledad: “No necesito silencio, yo no tengo en qué pensar. Tenía, pero hace tiempo, ahora ya no pienso más. Los ejes de mi carreta, nunca los voy a engrasar”.

Confianza

Ese mismo silencio, sin embargo, transformó su canto en sabiduría hecha poesía. Hay tiempos para gritar, denunciar, reclamar y volverse trueno y huracán cuando la indignación, la pena y la desolación nos embargan. Jesús sudó sangre al comprender en su carne el peso de la maldad humana.

Si somos sensibles, no solo ciudadanos de un país, sino del mundo, no podemos ignorar lo que ocurre en el país del norte. La promesa de convertirlo en el referente mundial, solo sin los demás. Las deportaciones masivas de personas esposadas, casi como animales. Lo que acontece en los campos de batalla, en Sudán donde la gente muere de hambre, o en nuestro país, con ciudades de la Costa convertidas en las más violentas del planeta. El Yasuní herido, ríos devastados por la minería… Parece que los gritos ya no se oyen ni importan, ni tienen eficacia.

¿Dónde está nuestra fuerza como ciudadanos de a pie?

Reinicio estratégico

Quizás en el silencio, que es anterior a la palabra, y que la engendra, dice el evangelista Juan. Y esa palabra es Dios, es decir lleva en ella contenida toda la creación en su infinidad de manifestaciones. Un silencio sonoro, como el de la semilla germinando, el rumor de la savia que alimenta las ramas y los frutos, desafiando la gravedad, como la sangre que circula en nuestro cuerpo.

Ese silencio es resistencia, ese silencio es introspección y creación, es el fermento inicial donde estalla la vida; un espacio donde las soluciones surgen desde la serenidad, no desde la estridencia.

La artista Marina Abramovic exploró, hace una quincena de años, esa conexión humana con una performance en Nueva York: invitó al público a mirarse en silencio, un minuto, a los ojos. Fue un acto de profunda humanidad. Un acto donde las relaciones profundas del tejido humano del que somos parte, afloraba sin escapes posibles.

Elección por un futuro

¿Qué sucedería si los padres de adolescentes asesinados miraran, en silencio, a los ojos de los militares implicados en su desaparición? ¿Si Trump enfrentara, sin palabras, la mirada de un expatriado? ¿Si Muentes mirara sin hablar los ojos de los campesinos despojados de sus tierras? ¿Si el director del IESS sostuviera la mirada del director del Hospital León Becerra cerrado por falta de fondos?

Quizás estos días de silencio que nos proponen y que de alguna manera muchos tratan de evadir, se podrían transformar en los espacios para reencontrarnos con lo importante: la trascendencia de conectarnos, más allá de las divergencias, y elegir con sentido.

No lo perfecto, que no existe, sino lo posible, seguros de que nadie podrá cambiar las cosas en soledad. (O)