Actualmente, los humanos ya ingerimos algunos componentes plásticos, imperceptibles, cuando comemos pescado, debido a la alta contaminación en las costas, con desechos de diversa índole y en especial uno que resulta una paradoja: el indiscriminado descarte de los mismos cabos con los que se pesca.
Lo aprendí con dolor y viéndolo en directo el fin de semana anterior, al asistir a la segunda “pesca” realizada por el colectivo Cabos, un grupo de voluntarios, soñadores y creativos que dejan la comodidad de sus oficinas o de sus aulas de clase, para lanzarse a la dura tarea de concienciar a cuadrillas de pescadores, que nacieron y crecieron en una indiferencia ambiental absoluta, y los que a través de un concurso con varios premios económicos logran meter nuevamente al mar para recoger lo que sus colegas o probablemente ellos mismos lanzaron, cuando una red o un cabo de nailon ya no les sirvió más.
Así, de pronto vi brotar desde la arena, en puertos peninsulares como Santa Rosa y Anconcito, verdaderas serpientes plásticas, gigantes y muy enredadas, que algún barco grande desechó en el mar, las corrientes empujaron hacia las orillas y fueron sepultándose en ellas para desmedro de la humanidad. Vi infinidad de neumáticos rescatados del fondo del mar, así como material metálico y de diversa índole sacado gracias a la faena de un grupo de buzos voluntarios, aquella misma mañana de domingo, en la que incluso fueron desenredados algunos animales atrapados en plásticos. Y en medio de la jornada de búsqueda de los “cabos sueltos”, de los que no debe quedar ni uno más, como dice el eslogan de Cabos, estremeció la cantidad de basura que el mar devuelve de la irresponsable actitud de quienes creen que el océano es un gigantesco botadero.
¿Utilizamos recursos como el plástico con la conciencia y moderación que requieren al ser difícilmente biodegradable?
“¿Qué planeta es el que estamos dejando a nuestros hijos?”, reflexionaba a manera de pregunta uno de los impulsores de esta nueva pesca de desechos plásticos que en el contexto de la contaminación existente es, lamentablemente, solo un simbólico resultado que alcanzó a pesar, al final de la jornada, 9,2 toneladas, muchas de las cuales se espera reciclar para darle un segundo uso. Sí, me uno a la reflexión: ¿Qué planeta estamos dejando, como la generación de consumo que somos? ¿Utilizamos recursos como el plástico con la conciencia y moderación que requieren al ser difícilmente biodegradable? ¿Separamos los empaques que usamos ahora por montón, 90 % plásticos, en procura de que sean reciclables?
Soy muy respetuoso de los derechos individuales y las libertades, pero me rebelo cuando esa individualidad y libertad afecta mi derecho y deseo de vivir en un mundo menos contaminado, quizás menos pretencioso, pero más auténtico. Una humanidad que se vuelva responsable con ella misma, de una buena vez.
Aplausos al colectivo Cabos, a sus miembros y a los que apoyan de diversas maneras. Quizás hay quienes los ven como los “loquitos” que andan recogiendo el nailon que se desecha en la pesca por las playas del Ecuador, mientras muchos “sabidos” siguen arrojándolo, al mismo tiempo. Pero esos voluntarios ambientalistas, sin duda, dormirán mejor que muchos consumidores irresponsables. (O)