El exagerado número de precandidatos presidenciales no debe sorprender si se considera que ya en la elección de 2021 debimos escoger entre 16 candidatos. Tampoco causa sorpresa si se considera lo ocurrido en los últimos 26 años y si paralelamente se da una mirada a las normas que rigen los procesos electorales. La precisión en el número de años se debe a que la elección de 1998 fue la última en que predominaron los partidos que se habían ido consolidando desde el inicio del periodo democrático (PSC, ID, PRE, DP, MPD y Pachakutik). Entre ese año y 2002, estos partidos perdieron 23 puntos porcentuales y para la elección de 2006 perdieron otros 31 puntos. En síntesis, desapareció el sistema de partidos. Para ello pesaron mucho los malos resultados económicos y sociales de los gobiernos, el bajo nivel del debate legislativo y la animadversión de la opinión pública hacia los partidos.

El Estado de anarquía

En esas condiciones, la llegada de Rafael Correa, con su segundo lugar en la primera vuelta y con el 22,8 % de los votos, no constituía una anomalía. El contexto ya ofrecía condiciones para la entrada de los outsiders. De ahí en adelante, los diez años del correato estuvieron marcados por el predominio del líder carismático que, a pesar de oponerse radicalmente a la conformación de cualquier cosa que se pareciera a un partido, ganaba fácilmente en la primera vuelta y conseguía mayorías absolutas en el legislativo. Deslumbrados por ese éxito, los demás actores políticos intentaron combatirlo con la misma receta. Ninguno de ellos se preocupó por construir un partido con definición de principios, militantes, cuadros dirigentes estables, organización nacional y trabajo directo con la población. Apostaron por las figuras que podían aportar dinero y, en el mejor de los casos, conseguir algunos votos. El país se llenó de charlatanes que acceden a la política asegurando que no son políticos.

17 binomios

Todo eso se vio cobijado por una madeja de leyes, con sus reglamentos y sus disposiciones transitorias que se vuelven permanentes, que se ha ido enredando cada vez más. La apertura indiscriminada hizo proliferar las etiquetas de productos vacíos. Sin esperar más, decenas de acuciosos inscribieron los membretes que les habilitaban para participar en las elecciones y los pusieron a disposición de los mejores postores. Las autoridades miran hacia otro lado mientras repiten los eslóganes de día cívico, fiesta democrática y más cursilerías por el estilo.

Canibalismo político electoral

Cabría señalar muchos factores adicionales que contribuyeron al desorden y que alimentaron el oportunismo de personajes de todos los colores y de todas las procedencias, cuya mejor autodefinición es la indefinición. Pero basta con señalar uno que constituye una novedad de los últimos años. Es la camada de asesores, consultores y expertos en campañas que floreció en aquel terreno fértil y que consideran que el objetivo, la razón y la esencia de la política están en la envoltura del producto. La mediocridad de las redes sociales es su mejor aliada, no solo por la inmediatez, sino porque nunca pretenden ir más allá de la comprensión básica de los usuarios.

No todos los 17...

No, no debe sorprender el número de precandidatos, así como no deberá sorprender el resultado de la elección y, lo que es más grave, la gestión gubernamental y legislativa de quienes sean elegidos. (O)